26-04-2024 04:48:07 PM

El arzobispo y las pandemias

Por Valentín Varillas 

 

Adecuadas, han sido las medidas que ha tomado la Arquidiócesis de Puebla en medio del contagio por coronavirus que se vive en todo el mundo.

La decisión de suspender las actividades públicas, masivas, con motivo de la Semana Santa y el recurrir a la tecnología para evitar concentraciones de mucha gente en la catedral poblana, parecen más que pertinentes.

Mucho tiene que ver en esto, los dictados de Roma.

El Papa Francisco ha vivido en el epicentro del coronavirus en lo que al mundo occidental se refiere, lo que ha servido para darle forma a diretrices realistas, a la altura de la situación que se vive y sobre todo, ajenas a cualquier fanatismo radical.

Los prelados poblanos, empezando por el propio arzobispo, Víctor Sánchez Espinoza, no han tenido más que acatar sin chistar estas órdenes

Hay que celebrarlo.

Se trata de una actitud completamente distinta a la que asumió el jefe de la iglesia católica local durante la pandemia por Influenza que azotó al país en el 2009.

México, como hoy, estaba de cabeza, intentado seguir al pie de la letra la interminable lista de restricciones, consejos y recomendaciones para evitar la concentración masiva de personas, principal factor de contagio del virus.

Industria, comercio, prestadores de servicio y demás sectores productivos del país sufrían las severas pérdidas económicas consecuencia de la emergencia sanitaria.

El turismo se caía, los estadios cerraban y las fiestas tradicionales como el desfile del 5 de mayo se suspendían.

Sin embargo, al mismo tiempo, el recién estrenado arzobispo de Puebla, Víctor Sánchez Espinoza, encabezaba sin ninguna medida sanitaria y sin el menor control higiénico, una ceremonia religiosa en Libres, con la presencia de más de 6 mil fieles.

Todo, con el visto bueno de representantes de la propia Secretaría de Salud poblana, esa que en el discurso no dejaba de hacer recomendaciones y llamados a la prudencia para superar la contingencia.

En un afán de ganar reflectores, el prelado decidió que, con o sin influenza de por medio, por ningún motivo debía suspenderse la misa de celebración de los 25 años de ordenación del párroco del  lugar.

Se trataba, sin duda, del escenario perfecto para comenzar con las actividades encaminadas a promover su imagen y darse a conocer ya en municipios al interior del estado, no sólo en la capital poblana.

El evento era tan importante para él, que no le importó  pasarse olímpicamente por la sotana todas las medidas preventivas que hasta la saciedad recetaban todos los días especialistas, médicos, autoridades y medios de comunicación.

Y el colmo, para legitimar este acto masivo, utilizó como patiños a funcionarios del sector Salud quienes, al margen de su obligación y en franca contradicción al discurso del secretario Antonio Marín, actuaron como auténticos empleados del jerarca católico.

Se vivía una auténtica luna de miel entre el gobierno de Mario Marín y la arquidiócesis de Puebla.

Y al final, acabaron convalidando todo.

La parte contradictoria en esta historia radica en que, al inicio de aquella emergencia sanitaria, el arzobispado poblano no sólo prometió colaborar con las autoridades civiles cancelando celebraciones como bodas, primeras comuniones o bautizos, además de la tradicional misa de domingo; sino que en una de sus ruedas de prensa dominicales, Sánchez Espinoza invitaba abiertamente a los fieles a abstenerse de asistir a los templos  como medida para ayudar a evitar los contagios.

Doble rasero, doble moral y conveniente esquizofrenia.

Al ser cuestionado por reporteros, el entonces vocero de la arquidiócesis, Eugenio Lira, se atrevió a declarar públicamente que al no ser una orden expresa de las autoridades, con la misa masiva en Libres el arzobispo no caía en el desacato.

¿Y la responsabilidad?

¿Y la congruencia?

No la mostraron hace once años.

Qué bueno que ahora, aunque sea obligados, sí la muestren.

Faltaba más.

 

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