20-04-2024 04:21:05 AM

Despertar al tigre

Por Valentín Varillas

“No despierten al tigre” – fue una frase que por años y hasta el cansancio utilizó el hoy presidente, Andrés Manuel López Obrador, para mostrar el enorme apoyo popular que tenia su proyecto político y también, para enviar un mensaje inhibidor a cualquier intentona de fraude electoral en la coyuntura del proceso que lo llevó a la jefatura del ejecutivo federal.

Ya como cabeza de gobierno, prácticamente dejó de mencionarla.

Y es que, este tigre, es hoy un contrapeso natural a su figura.

Exige resultados, denuncia omisiones y señala errores.

Y eso, ya no le gusta.

Quien ha hecho de la crítica y la acusación a personajes del pasado la única constante en su discurso y un sello característico del primer año de su sexenio, resultó de piel muy delgadita al momento de ser evaluado con el mismo rasero.

No le gusta el disenso; no lo tolera ni soporta.

Consecuencias de no haber asumido la transición de candidato a estadista.

Los saldos de no haber mutado su retórica de activista social a responsable de llevar las riendas del país.

El rendir cuentas y dar resultados, además de estar dispuesto a enfrentar todas y cada una de las consecuencias de no darlos, venía con el paquete.

Impensable aspirar al cargo, sin asumir los tragos amargos que su ejercicio conlleva.

Pues parece que no, que esto no se entiende.

Que Andrés Manuel quiere sólo las buenas, las que se prestan a su lucimiento personal y crecimiento de su bonos, mostrando una absoluta intolerancia para quienes no piensan igual o bien, no han recibido los supuestos beneficios que sus acciones de gobierno prometían.

Cuando señala con dedo flamígero a quienes sin duda fueron en su momento responsables del desastre nacional, se trata de un acto de justicia.

Cuando le reclaman los yerros, fallos u omisiones de su gobierno, se trata simplemente de politiquerías baratas o grillas.

En su más reciente gira, por su tierra, a López Obrador le dieron una sopa de su propio chocolate y perdió el control.

Se molestó al grado de amenazar retirarse de un acto oficial, cundo él fue el creador de los abucheos públicos a gobernadores y presidentes municipales de partidos opositores al suyo.

En las primeras giras de trabajo que el presidente López Obrador realizó a estados gobernados por partidos opositores, los mandatarios locales sufrieron enormes rechiflas, abucheos y distintas manifestaciones de rechazo, por parte de los asistentes.

El enojo de los titulares de los respectivos ejecutivos estatales fue enorme, porque aseguraban que la Federación estaba detrás de estas protestas y que se buscaba generarles un ambiente hostil que contrastara con las porras, vivas y aplausos que invariablemente acompañaban el discurso de Andrés Manuel.

Todas las veces que fue cuestionado sobre el asunto, el presidente aseguró que su gobierno no tenía absolutamente nada que ver en el tema.

Se deslindó de manera contundente de cualquier acción encaminada a afectar la imagen de los gobernadores y aseguró sin vacilar que se trataba de manifestaciones espontáneas de habitantes que no estaban de acuerdo con la manera en la cual se estaban llevando las riendas de estas entidades.

Hoy, todo parece indicar que la realidad lo alcanzó, que dentro de su propio “voto duro” empieza a haber ya inquietud por la falta de resultados concretos en áreas como la salud, la seguridad pública o la reactivación económica.

Y es que, las omisiones, fallas o yerros, los ha sentido con más rigor el grupo poblacional a quien en teoría se tiene como absoluta prioridad.

Esos “pobres” tan socorridos en la retórica oficial no han sentido todavía los beneficios básicos, elementales del cambio político que se dio el primer día de julio del 2018.

La famosa 4T les ha quedado a deber y el “tigre” no tiene ni el tiempo ni la paciencia para seguir esperando.

“Efecto boomerang”, le llaman.

Y lo que falta.

 

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