Por Jesús Manuel Hernández
La renuncia a la presidencia del CDE del PRI poblano de Lorenzo Rivera, estaba anunciada tanto o más que la salida de Fernando Manzanilla del gabinete de Miguel Barbosa.
El desempeño de Rivera distó mucho de lo esperado, y no precisamente en términos de resultados electorales, de trabajo interno, de crear estructura y cuadros.
Rivera se alejó de los líderes naturales del partido y desechó los consejos de quienes le advirtieron de la crisis, cegada por la obsesión de heredar la curul a su hijo.
Hace unos días estuvo a punto de darse formalmente la renuncia de un importante bloque de miembros del partido que no encontró nunca identidad con la dirigencia.
Hubo esfuerzos en vano por recomponer el tema con el presidente del CEN, Alejandro Moreno Cárdenas, más interesado en las alianzas con el PAN que por la puesta en valor del viejo y poderoso partido, así lo expresaron.
El caso es que se formó al interior de PRI poblano un bloque de ex presidentes y militantes con responsabilidades notables en el pasado, y se anunció su separación a partir del 30 de enero si no había respuesta del llamado coloquialmente “Alito”.
No la hubo, o al menos no la esperada.
La renuncia de Lorenzo Rivera sospechosamente pudiera ser tomada como un puente de plata para sentarse a negociar con los disidentes entre quienes están Germán Sierra, Juan Manuel Vega Rayet, Antonio Hernández y Genis, Adela Cerezo, Moisés Carrasco Ávila, entre otros, que forman parte del bloque dispuesto a renunciar.
El tema no es nuevo, en el orden nacional, Jonathan Márquez Godínez, secretario adjunto del CEN del PRI, reconoció en entrevista con El Sol de México el pasado lunes que 6 de cada 10 militantes se han ido en los últimos dos años.
El PRI se desmorona, las nuevas dirigencias recogerán las migajas de una estructura otrora poderosa que empezó a ser desmantelada por el neoliberalismo que la cooptó.
Para los poblanos el asunto empezó a fraguarse cuando el finado Moreno Valle Rosas se salió de las filas tricolores y jugó por el PAN, siendo gobernador desmanteló muchas estructuras y las metió en el morenovallismo, con recursos y liderazgos.
Aún suenan las palabras de Hernández y Genis cuando la visita de José Antonio Meade en diciembre de 2017, al exigir que la elección no fuera negociada en las alturas.
El desmoronamiento reducirá al PRI a un partido bisagra; según los expertos apenas podría lograr unas 4 diputaciones locales, sin opciones en la capital.
¿Dónde se irán los viejos cuadros, qué será de su experiencia, de sus seguidores?
Difícilmente se les ve alejados de la política. Quizá muchos de ellos se sumen a las fuerzas emergentes, donde haya espacios y necesidad de liderazgo, no necesariamente con las siglas de un partido.
O por lo menos, así me lo parece.