Por Valentín Varillas
Juran las voces más enteradas de los asuntos de la vida pública nacional, que el próximo personaje que será alcanzado por el boomerang del ajuste de cuentas con el pasado será el ex secretario de Comunicaciones y Transportes del gobierno federal, Gerardo Ruiz Esparza.
Que la espada de Damocles ya pende sobre su cabeza y que falta únicamente afinar detalles y esperar el momento idóneo en términos de opinión pública y publicada, para ir por él.
Como funcionario público del gobierno de Enrique Peña Nieto, Ruiz Esparza fue uno de los garantes de amarres políticos y económicos que se lograron con el gobierno de Rafael Moreno Valle.
En plena crisis de credibilidad y con la aceptación en niveles mínimos históricos, los estrategas del presidente propusieron que, para posicionar las acciones del gobierno federal en entidades federativas gobernadas por la oposición, los secretarios de estado se erigieran como “padrinos” de estas demarcaciones.
Se trataba, en teoría, de realizar un intenso trabajo de coordinación institucional, para que la población en general conociera los alcances y beneficios de la aplicación de los programas federales y que se distinguieran y contrastaran con las políticas públicas implementadas por los gobernadores.
A Ruiz Esparza, convenientemente, le tocó Puebla.
El problema es que, lejos de posicionar la imagen de su jefe, el mandatario federal, acabó convirtiéndose en un burdo palero de Moreno Valle.
En sus constantes visitas al estado, el funcionario se comportó más como un entusiasta y ferviente admirador del poblano, que como un real defensor de las acciones del gobierno que oficialmente representaba.
Al secretario se le veía muy feliz, muy cómodo en Puebla.
Se sentía cobijado, apapachado por las autoridades estatales.
El discurso ensayado por Ruiz Esparza en los eventos públicos en los que participó en suelo poblano excedían, por mucho, los protocolos básicos de la cortesía política.
Antes que destacar la labor de Peña, Ruiz Esparza privilegiaba las referencias al “buen trabajo realizado por el gobernador de Puebla”.
Siempre, invariablemente.
Los reflectores acababan apuntando a la figura de Moreno Valle.
A esto sumaba, el hecho de que el torbellino publicitario pagado por el gobierno estatal en lo medios poblanos, operaba bajo la consigna de opacar la figura presidencial.
El famoso Tri-Pack simplemente no pelaba al presidente.
Ni siquiera las cadenas televisivas, que gozaban de millonarios convenios con el gobierno de Peña Nieto.
Para ellos, en Puebla no existía más figura que la del entonces gobernador.
Obras y proyectos realizados por el gobierno federal, en el imaginario colectivo de los poblanos, se debían a la buena gestión del gobernador Moreno Valle.
Aquellos tiempos.
Hoy, la caprichosa rueda de la fortuna política viró abruptamente y cambió de manera radical la realidad de la política.
La nacional y la poblana.
Ruiz Esparza podría vivir próximamente una realidad similar a la que está viviendo la que fue otra gran admiradora de Moreno Valle: Rosario Robles Berlanga.