Por Jesús Manuel Hernández
Andrés Manuel López Obrador cumple este 1 de julio un año de haber ganado las elecciones presidenciales, quizá no era la primera vez, pero esta ocasión sí le fue reconocido el triunfo.
También cumple los primeros seis meses de su gestión al frente del país, un período lleno de contradicciones, de muchos discursos en contra de la corrupción, de confrontaciones con empresarios y grupos políticos, de cancelaciones de proyectos del sexenio pasado, de recortes presupuestales y de imponer una serie de modalidades en su forma de gobierno.
Desde el uso de un auto convencional, la cancelación del Estado Mayor Presidencial, venta de aviones oficiales y una serie de estrategias de comunicación nunca antes vistas en México para un Presidente.
“Las Mañaneras” han dejado huella, lo mismo que las consultas a mano alzada y el balconeo de los gobernadores en los actos públicos.
Algunos le llaman a esta actividad “populismo”, él prefiere decir que se trata de la ”Cuarta Transformación”, una remodelación del sistema político mexicano invadido por un carcinoma mortal.
Quizá los eventos más espinosos de estos seis meses hayan sido la cancelación del NAIM, las guarderías, el desabasto de medicinas y de combustible como consecuencia de la lucha frontal a la práctica del llamado “huachicoleo”.
Pero sin duda, el ojo del huracán está empezando, me refiero a la actitud frente al conflicto del problema de los inmigrantes, donde México ha quedado atrapado entre dos fuegos, orillado entre la espada de Trump y la pared humana de cientos de miles que huyen de sus países por las condiciones infrahumanas que padecen.
Y todo, englobado en el discurso religioso también puesto de moda por AMLO, del “buen samaritano”, pero con una grave objeción, o ¿acaso es válido ejercer la caridad al prójimo a costa del otro prójimo, el mexicano?
Quizá este sea el negro en el arroz.
O por lo menos, así me lo parece.
