Por Valentín Varillas
¿Cuándo se jodió el PRD?
¿Qué le pasó al otrora partido fuerte de la izquierda nacional?
Sí, el que junto otros aliados electorales plantó cara en dos procesos presidenciales, pero que intereses más allá de lo estrictamente político pesaron de tal manera que no tuvo la oportunidad de gobernar.
Hoy, el famoso Sol Azteca se encuentra conectado a un respirador artificial y vive en buena parte gracias al fenómeno de las alianzas.
Dejó de ser opción y de responder a las necesidades políticas de la enorme mayoría de los mexicanos.
Una de las razones que pueden explicar lo anterior tiene que ver con la traición a sus principios ideológicos, a la filosofía de aquellos valientes que en pleno régimen de partido único decidieron desafiar al PRI.
De quienes hace más de tres décadas rompieron con él y encarando todas las posibles consecuencias, buscaron un nuevo derrotero político fundando un nuevo partido.
Ninguno de quienes plantaron aquella valiosa semilla siguen siendo perredistas.
Tampoco, otros más que se fueron sumando, que integraron sus liderazgos y que pudieron alzarse con victorias heroicas, sobre todo en la Ciudad de México.
Cuauhtémoc Cárdenas, Ifigenia Martínez, Porfirio Muñoz Ledo y más recientemente Andrés Manuel López Obrador, Rosario Robles o Marcelo Ebrard, únicamente por mencionar algunos.
Todos ya se fueron y todos también coinciden en el triste viraje de principios y prácticas políticas contrarias a la filosofía que fue su razón de ser.
El entreguismo a intereses ajenos a los de la izquierda se convirtió en una práctica común en el estilo perredista.
Como una auténtica meretriz de la política, se ha entregado gustoso a partidos en teoría indeseables en términos de sus usos y costumbres.
El saldo es demoledor: un detrimento acelerado, brusco, de su capital político.
Un ejemplo claro lo representa la elección presidencial del 2018.
A su candidato Ricardo Anaya -que iba en alianza con PAN y MC- apenas pudo sumarle un millo 307 mil votos, el 2.87% del total.
Penoso.
Una auténtica catástrofe.
Igual de penosa fue su participación en la extraordinaria poblana del pasado 2 de junio, ya sin el morenovallismo y su estructura privada de operación electoral.
A su abanderado, Enrique Cárdenas, le aportaron solamente 43,963 sufragios, para un porcentaje de votación idéntico al de la presidencial del año pasado: 2.87%.
Ahí está, clarísimo.
Los números no mienten.
Su frialdad indica que eso valen electoralmente en el panorama político nacional.
Prácticamente no suman nada en términos de votos contantes y sonantes, pero sus “aliados” tienen que cargar como pesadísima losa, su monumental desprestigio.
Ni hablar, han quedado exhibidos.
Con estas cuentas entregadas, será muy complicado que vuelvan a integrarse a coaliciones competitivas con posibilidades reales de ganar elecciones.
En este escenario y para el bien de la nación, sus meses como partido político podrían estar contados y su fin muy cerca.
Eliminar parásitos que como rémoras se alimentan de los desechos de otros y que siguen financiándose con dinero público, es una condición deseable para cualquier democracia que se precie de serlo.