Por Valentín Varillas
No es un asunto menor, que candidatos y representantes de partidos políticos aseguren tener evidencia irrefutable de la operación de grupos de choque, provenientes de otros estados de la República, que estarían aquí para desestabilizar la elección del próximo domingo.
Ya vivimos los poblanos en el 2018 un proceso electoral violento, con actos de provocación que buscaban inhibir la presencia de votantes en las urnas y en donde inclusive, electores y funcionarios de casilla fueron amedrentados por gatilleros que robaron urnas a punta de pistola.
Todo, con la complacencia de las autoridades estatales y municipales, que tenían un interés político muy claro en aquella contienda y que prefirieron nadar de muertito antes de responderle a la sociedad.
Además, el entorno en el que se dio el proceso del año pasado, no fue, ni de cerca el ideal para llevar a cabo una jornada democrática.
Los embates de la delincuencia común y organizada fueron y siguen siendo cada vez más intensos, no dan tregua a autoridades y sociedad.
Asaltos, robos, secuestros, extorsiones, por un lado.
Ejecutados, balaceras, disputa de territorios para controlar actividades criminales, por el otro.
Hace un año, por el número de cargos públicos en juego, el peso de los poderes de facto se sintió con todo en la arena electoral.
El asesinato de autoridades democráticamente electas en la recta final de su mandato fue un mensaje claro, contundente, de su presencia y alta influencia en distintas comunidades del estado.
La presión de personeros del crimen organizado sobre los partidos políticos para quedarse con candidaturas y apostarle así a seguir gozando del paraíso de impunidad que les ha permitido hacer negocios millonarios con la complicidad oficial, fue evidente.
Candidatos en varios municipios denunciaron que habían sido amenazados por criminales por el simple hecho de competir en este proceso y ejercer sus derechos políticos elementales.
Aún así, a pesar de todo esto, el nivel de participación ciudadana fue ejemplar.
Hoy, el escenario en términos de violencia social y embate delincuencial no ha cambiado.
Existe un menor interés ciudadano en la contienda, generado por la importante diferencia que existe entre puntero y segundo lugar, por lo que estas acciones de amedrentamiento de votantes difícilmente podrían modificar el escenario político que plantean todas las encuestas serias publicadas sobre intención de voto.
Por todo esto, se justifica todavía mucho menos el hecho de que operadores y estrategas intenten optar nuevamente por la generación de violencia y la infusión de miedo como herramienta para pretender obtener una ventaja competitiva en la elección del domingo.
¿De verdad no han aprendido nada?
¿En serio no se dan cuenta de las consecuencias que esto puede tener en un ambiente social tan enrarecido como el que vivimos?
Así no, de verdad que “el horno no está para bollos”.