Por Valentín Varillas
El mensaje llegó claro, contundente y sin ambigüedades.
La presencia del hermano y la madre de Claudia Rivera Vivanco en los eventos de apoyo a la precandidatura de Alejandro Armenta al gobierno estatal, son un reflejo del complicado escenario que le espera a la presidenta municipal de Puebla si Miguel Barbosa se convierte en gobernador.
Los agravios, en el breve tiempo de coexistencia de ambos personajes, fueron muchos y siguen tan vigentes como en el momento en el que se generaron.
Si bien la institucionalidad se impuso en el discurso y eventos públicos en el marco de la campaña del año pasado, la relación se había afectado ya de manera importante y de forma irremediable.
En el búnker barbosista, no gustaron nunca las extrañas relaciones y los vínculos inconfesables que tenía Rivera Vivanco con el morenovallismo.
Es evidente que para Rafael y sus aliados, era mucho más atractivo que se diera una derrota sonada del entonces enemigo Eduardo Rivera, que la victoria de la abanderada de la supuesta izquierda.
El tufo de que dinero proveniente del enemigo político había aterrizado en las arcas de la entonces candidata al gobierno de la capital, empezó a erosionar la confianza.
Tampoco ayudó el hecho de que se manejara que operadores de entera confianza de Claudia eran invitados recurrentes a la casa de Las Fuentes, desde donde el ex gobernador Rafael Moreno Valle hacía estrategia política en lo que a la elección de Puebla concernía.
Luego, se dio una campaña en paralelo, que muy pocas veces convergió a pesar de que Barbosa y Rivera Vivanco aspiraban a los dos cargos más importantes para Puebla.
Pocos puntos de afinidad existieron entre ambos.
Los eventos conjuntos, de apoyo mutuo, resultaban ser una gran simulación.
Lo mismo las hipócritas fotografías en donde aparentaban jalar políticamente para el mismo lado.
Su único punto de encuentro, fue siempre la figura de Andrés Manuel López Obrador.
Nada más.
Las diferencias resultaron todavía más evidentes durante el conflicto postelectoral.
Muy tibio fue el posicionamiento público de Claudia, mientras otros actores locales y nacionales gritaban a los cuatro vientos que en Puebla se había vivido una elección de estado.
Luego, las reuniones con Luis Banck y el gobernador Gali, que calaron hondo en el ánimo del propio Barbosa.
Eran momentos de definiciones, de que el total de los liderazgos de Morena cerraran filas y presentaran un frente común ante lo que ellos consideraban era una imposición en la gubernatura del estado.
El colmo llegó con la resolución de la mayoría de los magistrados de la Sala Superior del Trife a favor de Martha Érika Alonso y un privadísimo evento de celebración que, por ese motivo, llevó a cabo la alcaldesa con su círculo más íntimo.
Los detalles se filtraron y la información llegó a quien en ese momento era el derrotado en la contienda.
Tampoco abonó la presencia de la ya presidenta municipal en la toma de protesta de la entonces gobernadora, que si bien es impecable en términos de institucionalidad, iba a contrapelo de la decisión del presidente López Obrador de ni siquiera mandar un representante del gobierno federal al evento.
En este contexto se dio la tragedia del 24 de diciembre y la aniquilación de un grupo político que en los hechos operó de valioso aliado de Rivera Vivanco en la consecución de su objetivos políticos.
Ahora, lo que sigue es una muy difícil y por demás coexistencia si, como todo perece indicar, Barbosa se convierte en gobernador del estado a partir del primer día de agosto de este 2019.
La relación entre niveles de gobierno podría ser inclusive peor a las de Bartlett- Hinojosa, Paredes-Melquiades, Melquiades-Marín, Marín Doger y Rafael- Lalo Rivera.
¿Se imagina?
Mejor no.