Por Valentín Varillas
Vaya desilusión se habrán llevado, quienes buscaban un cambio radical en el discurso de Andrés Manuel López Obrador ya como Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos.
Esperaban –deduzco por sus virulentas reacciones en redes sociales- una especie de transmutación en las frases, las formas, el estilo y hasta en la personalidad de quien gobernará los próximos seis años el país.
Amparados en aquella falsa, pero muy presuntuosa necesidad de “convertirse en un estadista”, criticaron, fustigaron y golpearon hasta el más mínimo detalle de lo que, en su muy particular óptica, no les pareció de sus primeras acciones como jefe del ejecutivo nacional.
¿Por qué esperaban algo diferente?
¿En qué basaron sus esperanzas?
¿No fue suficiente lo que vieron en tres campañas presidenciales?
Sí, AMLO es lo que es, les guste o no.
Por eso, ya con la banda presidencial, volvió a hablar de sus prioridades –las mismas de siempre- arreció contra un modelo económico al que ha denostado desde siempre y señaló, sin pelos en la lengua, a los mismos que él considera los responsables de la complicada situación nacional que vivimos hoy en día.
Sí, sus críticos tienen razón al concluir que parecía un acto de campaña más.
¿Y?
Los más de 30 millones de votantes que optamos por un cambio en el fondo y la forma de hacer política en México, en las actitudes, usos y costumbres, queríamos ver y escuchar, precisamente eso.
No solo para reforzar las razones por las que votamos de esa manera, sino para tener parámetros concretos que nos van a servir para evaluar su gobierno y saber si se trata de otra farsa más en la historia política de México, o si realmente es el tan anhelado cambio.
Ese largo y para algunos tedioso discurso de toma de protesta, a muchos molestó porque se vieron reflejados en él.
En el saldo negativo que arroja su paso por el servicio público nacional, a todos los niveles, o bien porque fueron beneficiarios directos de los jugosos negocios privados que suelen hacerse al amparo del amiguismo y el influyentismo.
No sé por qué, en el momento de las definiciones, en las horas más importantes de su vida política, una vez conseguido el sueño de llevar las riendas de la nación, Andrés Manuel tendría que ser diferente.
Para darle gusto a qué o a quiénes.
Es más, hasta en sus mismas contradicciones ha sido consistente.
Nadie puede, ni debe decirse engañado.
Ni sus seguidores, ni sus detractores.
Al contrario.
Tal vez por primera vez, vemos de momento una esperanzadora congruencia entre el candidato y el servidor público.
Y es que, las metamorfosis que sufrieron en el pasado quienes en campaña parecían tener potencial y en los hechos fueron una decepción, nos hicieron mucho daño como país.
Hoy, el producto por lo menos cumple con el empaque y con la imagen que nos vendieron.
Es evidente que falta lo más importante: que en realidad funcione tal y como lo prometía el informecial.