Por Valentín Varillas
Lejos de festinar, quien fuera el candidato de Morena a la gubernatura de Puebla tomó con reservas mediáticas la decisión del Trife de llevar a cabo un conteo voto por voto de la totalidad de los paquetes electorales que corresponden al proceso del 1 de julio pasado.
Más allá de la confianza expresada por sus aliados políticos, en el sentido de que el recuento de votos puede ser el primer paso hacia la anulación de la contienda, Barbosa se mostró abiertamente pesimista y prefirió centrarse en el tema de la manipulación de los paquetes, mientras estuvieron en resguardo de las autoridades electorales poblanas.
Es evidente que él sabe que un recuento en estas circunstancias confirmaría los números “oficiales” avalados por el instituto y el tribunal poblanos.
Es consciente también, de que se enfrenta a auténticos artistas de la alquimia electoral, profesionales en convertir imposiciones personales en decisiones democráticas.
Si estos escenarios -de altísima probabilidad- se concretan, la única y última esperanza para la izquierda poblana se centraría en los proceso de impugnación presentados en su momento ante tribunales.
En la capacidad de probar que aquí se operó una elección de estado y que además se excedió el tope de gastos de campaña estipulado en la ley electoral, se juegan su futuro como fuerza política en Puebla.
Sin embrago, en lo personal, el camino de Barbosa no parece tener un derrotero definido y hay elementos para pensar que él mismo lo sabe.
Y es que, en el escenario de una reposición del proceso, Luis Miguel no ha recibido todavía las certezas necesarias para garantizar su participación.
Sí, el caso Puebla ha soltado los demonios en el círculo de mayor influencia del presidente electo, Andrés Manuel López Obrador y en la cúpula nacional del partido que lo llevó al poder.
Los apetitos y ambiciones personales se detonaron, escondiéndose en los más diversos argumentos.
Todos, por cierto, se centran en los supuestos beneficios políticos que tendrían si Barbosa no compite nuevamente en una elección extraordinaria.
Mediciones, números, supuestas encuestas que muestran el buen posicionamiento de la marca Morena como partido y el desgaste de quien fue candidato, después de una campaña tan intensa como la que se vivió.
Nuevamente, regresan argumentos como su estado de salud o las dudas que en parte del electorado generó la madriza mediática operada en su contra durante la campaña.
Algunos anticipan que, ante la ausencia de López Obrador en la boleta electoral, existe la necesidad de buscar perfiles con “menos negativos”, que pudieran maximizar el número de votos potenciales para así poder enfrentar de mejor manera, otra vez, al morenovallismo.
Y claro que, en este contexto, el desfile de nombres no se ha hecho esperar.
Algunos, cumplirían cabalmente con los requisitos de rentabilidad electoral como para ser considerados seriamente.
Otros más, simplemente no resisten el menor análisis y su pretendida postulación no pasará de ser una broma de pésimo gusto.
El reto para Morena, en caso de que tenga que repetirse la elección a gobernador, será mantener la cohesión interna a toda costa, aunque esto suponga sacrificar los cada vez más feroces apetitos políticos personales de quienes se asumen como sus liderazgos.
La tarea parece titánica, casi imposible, si analizamos someramente personalidades y actitudes.
¿Estarán a la altura?