20-04-2024 05:26:31 AM

Un día con migrantes

Por Rosa María Lechuga

Son las 5:55 de la mañana en domingo y me dispongo a tomar el metro con destino a la Chapelle.

Intuyo que será un día pesado pero la motivación es más grande que el olvido, que el cansancio.

Soy voluntaria en un Centro de Alojamiento para Inmigrantes (CPA por sus siglas en francés) ubicado al norte de París en el arrondissement 18 donde se asoman los rostros de pakistaníes, marroquíes, senegaleses, uzbeskos, turcos, kasajistaníes y unos cuantos serbios.

Ese olvido del que son objeto los miles de inmigrantes que a diario atraviesan el país galo para llegar a Inglaterra.

La primera vez que me presenté en el comedor color azul debo confesar tuve mucho miedo, las barreras del lenguaje y de las culturas pueden ser tan grandes pero he aprendido que ellas mismas son derribadas por una sonrisa auténtica y un ¡Buenos días!

Good Morning Alí!

Bonjour Hakím!

Mehek, Saif, Andrej, Abdul, Ashlam… la lista es infinita.

Todos tienen nombre y apellido, menos una casa mucho menos un hogar.

Tampoco un patrimonio propio, vamos pues ni siquiera un canapé donde puedan tirarse a descansar después de un largo día.

El Centro de Alojamiento de Urgencia (CAU) para inmigrantes en Les Forges des Bains está rodeado del parque natural Haute Vallée de Chevreuse donde el pasado domingo se organizó una marcha en apoyo a ellos.

Vecinos del lugar, trabajadores del centro, voluntarios así como inmigrantes de otros Centros de diferentes puntos de Francia, también acudieron al llamado de la Solidarité.

Un hombre de traje azul apareció.

690 participantes se registraron en la caminata por 8 y 12 kilómetros.

La solidaridad por ayudarles y llevarles un domingo en familia no quedó en donaciones y rifas, la intención era muy simple, pasar un domingo en familia y animar a las personas a convivir con ellos.

Esto es gracias al esfuerzo de la Sociedad Civil y en especial de la Asociación EMMAUS Solidarité (fundada en 1954) quien a su vez es parte de EMMAUS France y EMMAUS Internacional y que actualmente a través de 85 acciones en París, la región de Francia y en Loir et Cher apoyan a las personas desfavorecidas, sobre todo aquellas que viven en la calle.

Son las 9 de la mañana y ya comienza a verse movimiento frente al edificio que alguna vez albergó a la famosa cantante Lââm quien pasó sus años de infancia rescatada de la calle.

Askhat no se separa del grupo ni por un momento, está feliz de tener un domingo lleno de alegría, de deporte, de paisajes que ni siquiera yo conocía, de un encuentro con otros más que corren la misma suerte que él, que muchos, que miles en el mundo.

Decidida a terminar los doce kilómetros junto a Camille y Sthephanie, miro hacia al frente y veo familias enteras –incluso beagles, setters irlandeses o un francés blanco- a paso apresurado, atravesar el parque natural para llegar a la meta.

La recompensa no veo la hora de degustarla, el menú es más que apetecible: Lentejas sazonadas con hierbes de Provenza y salchichas alemanas aderezadas con mostaza, ensalada de manzana con nuez, pan, café y un biscuit à la canelle.

Desconozco sus nombres, sólo veo que avanzan con el triple de energía que la mía.

Sonríen y te saludan.

Se escucha ¡Bonjour! Tanto de quienes marchan y te rebasan como de quienes te encuentras de frente, deportistas asiduos al lugar acostumbrados a la marcha que se realiza desde hace 20 años.

Anisa, una mujer con velo en la cabeza se dice sentir mal durante el viaje pero “es más fuerte mi deseo de ayudar a quienes no tienen donde dormir como alguna vez me pasó”, se integró al equipo de logística para servir bebidas a los participantes.

Hemos llegado a la meta y ya se escucha el saxofón del trío que ameniza el evento.

De pronto vuelvo a ver al hombre de traje azul, esta vez con gafas.

Una pequeña galería de fotos dejaba ver la historia de Forges, una escuela, el ayuntamiento, obreros.

Extraños y locatarios se entremezclaban en la reunión, boinas de colores amarillo y verde que intercambiaron los inmigrantes resaltaban entre la multitud, los chalecos azules de los voluntarios eran confetis para la escena, la copa como trofeo por ganar la marcha de 8 y 12 km era la disputa para tomarse la foto, poco importaba quien había ganado. La idea era divertirse.

Pero para ellos la verdadera fiesta comenzó con una grabadora doble casetera súper retro conectada a un Smartphone. Entre danzas y aplausos bailaba el hombre del traje azul, con sus amigos pero también con toda esa gente desconocida.

Le pregunté su nombre, no hablaba mucho inglés mucho menos francés, sólo escuché: ¡I’m happy!

Insistí en preguntarle su origen y me enseño las heridas en sus brazos que tapaba con el saco del traje azul.

Le ofrecí una manzana que tomó inmediatamente y se fue para compartirla con sus amigos.

Siguió bailando con ellos.

No paró de tomar fotos, de tomarse selfies, de disfrutar el día.

Para los demás fue parecida la sensación en ese día.

Éramos una gran familia que disfrutó la ocasión. No había glamour, había mucho humor. Los tenis y los leggins era el común denominador (salvo aquel traje azul) dominical.

Todos seguimos la misma ruta ese día: compromiso-respeto-apoyo-solidaridad-alegría.

Europeos, africanos y a pesar de ser la única mexicana, todos bajo una misma piel, la solidaridad donde hablar francés, inglés, bailar al estilo marroquí, comunicarse a señas es el universo donde caben todos y donde pequeñas acciones hacen al mundo grande.

La cordialidad en su máxima expresión.

El olvido del que son objeto los miles de inmigrantes de todo el mundo, aquí es motivo de organización. El cansancio de sus mentes se aminora con dosis de alegría.

Porque hay muros llamados casas y mientras la humanidad está concentrada edificándolos, nosotros fortalecemos espíritus, creamos emociones y con tantita suerte, dibujamos sonrisas.

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