Por: Juan Manuel Mecinas
Un Tribunal Colegiado de Circuito desechó la demanda de amparo de Carmen Aristegui contra MVS. Dicha resolución significa que la vía intentada por la periodista no fue la correcta, pero nada resuelve sobre su legal o ilegal despido (el verdadero quid de la controversia). En ese sentido, y toda vez que es discutible la procedencia del amparo intentado por Aristegui, parece apresurado el desechamiento dictado por el tribunal colegiado.
Se trata de una mala noticia para Aristegui y una buena para MVS. Mientras el fondo del asunto no se resuelva, la empresa sigue “ganando” y la periodista sigue perdiendo (como pierde desde el momento en que la empresa la privó de su espacio radiofónico). También es una pésima noticia para el debate democrático mexicano, porque se ha perdido un espacio de crítica.
En su lucha contra MVS, la única vía que le queda a la periodista es intentar un juicio civil o mercantil, pero ninguno de esos caminos le devolverá el espacio que la radiodifusora le quitó.
Lo que queda claro es que enfrentar a dueños de medios de comunicación es una batalla con pocas probabilidades de éxito. El poder económico se impone. Esa es la lección que aún no comprenden quienes insisten en que el pleito de MVS con Aristegui (la periodista más influyente del país, con el programa más influyente, con los niveles de rating por las nubes) es una cuestión que solo atañe a dos particulares, cuando en realidad está en juego la visión del periodismo y los medios de comunicación como guardianes del debate democrático.
Tampoco significa que los intereses de Aristegui sean los de todo México. De lo que se trata es de reconocer que los medios de comunicación juegan un papel importante en democracia si dejan de responder a criterios estrictamente comerciales y verdaderamente quieren ser un contrapeso de poder. Es ahí donde deja mucho que desear la postura de MVS. El sentido de liderazgo de sus dueños es demasiado rácano si se sintieron amenazados ante un condicionamiento de su trabajadora.
La realidad es que ambas partes pierden. La periodista, porque ha perdido su espacio. La radiosifusora, porque ha perdido credibilidad. Y también perdemos los ciudadanos: la división entre la periodista y el medio solo beneficia al gobierno, con un (mayor) vacío de crítica que disminuye la calidad del debate democrático.
Incluso pierden los que sonríen con el traspié procesal de Aristegui. No saben que a todos conviene la pluralidad de espacios críticos, así como un periodismo fuerte, con periodistas protegidos y con reglas claras en su relación con los dueños de los medios.
El desechamiento de la demanda de amparo de Aristegui no resuelve nada, pero es una mala noticia para más de un periodista -que hoy o mañana perderá su trabajo si el dueño del medio de comunicación se siente “amenazado”. Sobra decir que todo sucede en el país más peligroso para ejercer el periodismo. Ni más ni menos.