Por: Juan Manuel Mecinas
Un reportaje publicado en The New York Times da cuenta de la complicada relación entre las agencias y los gobiernos de México y Estados Unidos en materia de combate al narcotráfico. Una frase resume la visión de las agencias norteamericanas sobre la relación con las corporaciones mexicanas: “Los mexicanos piensan que nosotros somos dominantes e imperialistas, y nosotros pensamos que ellos son corruptos”
El reportaje señala la buena relación con el gobierno mexicano de Peña Nieto, con el que los norteamericanos trabajaron de manera fluida durante los primeros meses de su administración. Todo cambió, afirman las fuentes del reportaje, con la desaparecieron de 43 estudiantes de la Normal de Iguala. A partir de entonces, las dinámicas de relación, sostienen las agencias norteamericanas, se movieron entre la “ofuscación y la demora”.
La pieza periodística del Times asume (sin decirlo) que solo las agencias y el gobierno mexicano son corruptos. Es el precio de la imagen que debe pagar el gobierno mexicano por liberar a Caro Quintero y por haber dejado escapar en par de ocasiones a El Chapo, por señalar algunos ejemplos recientes. No obstante, la visión norteamericana sigue siendo demasiado simplista: no mira la corrupción del lado estadounidense y entiende la guerra contra el narcotráfico como un problema mexicano que ha generado miles de muertes en México; en Estados Unidos esa guerra no existe. Para ellos, el problema del narcotráfico es de consumo, no de producción, tráfico, venta, control y muertes.
A partir de la fuga de Joaquín Guzmán, alias El Chapo, más allá de los lugares comunes sobre la corrupción –evidente– y de la fuga (poco creíble en los términos planteados por el gobierno), bien vale la pena reflexionar sobre el papel de los Estados Unidos en relación con la captura de capos.
Si Washington coopera con la condición de que en algún momento el narcotraficante sea extraditado, ello tiene una lógica perversa: la imposición de la ayuda y la aceptación de la misma no tienen como finalidad que el capo deje de operar, sino que proporcione información que termina siendo inútil. No se trata de drogas y muerte, sino de que el narcotraficante ayude (¿en verdad lo creen?) a desmantelar redes de narcotráfico. Si ese es el objetivo, las noticias no son buenas: ambos países han fallado. Juan García Ábrego y Arellano Felix, entre las decenas de narcotraficantes que han sido extraditados a Estados Unidos, no han servido para que los cárteles de drogas se vean minados en su operación en Estados Unidos y en México. El negocio sigue pujante a ambos lados del Río Bravo con extradición y sin extradición, con el Chapo preso o libre.
La ayuda de Washington es necesaria para combatir al narcotráfico, pero es demasiado costosa y (casi) inútil si solo se quiere capturar capos –solo los ingenuos creen que es gratuita y que no va acompañada de venta de armamento y tecnología–. Caro Quineto, Don Neto, los Arellano, el Chapo, el Mayo, la Barbie, son nombres que muestran la inutilidad de esta lógica. Todos esos personajes han pasado en algún momento por las cáceles del país y el negocio, ya se sabe, nunca se detuvo y no se detendrá. Matarlos o tenerlos presos no tiene un efecto de peso en la lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado.
La corrupción en el sistema de seguridad –nunca mejor simbolizada que en el túnel por el que “escapó” Guzmán– no tendría que ser lo más preocupante para los Estados Unidos o para la sociedad mexicana. Ella terminará cuando la ley se aplique y haya un Estado de derecho. Una tarea que, por el momento, tiene un horizonte cuesta arriba. Se sabe la enfermedad y el tratamiento. Cuestión de aplicarlo (y ya se sabe lo difícil de llevarlo a cabo).
Lo más preocupante es la idea de un gobierno mexicano que cree que deteniendo capos se combate a los cárteles de droga. Esa lógica tiene una consecuencia: que el día que el capo escapa o alguien más lo sucede en el puesto, el problema renace. Eliminar al minotauro (capturar a narcotraficantes) no es suficiente para salir del laberinto (combatir con eficacia al narcotráfico).
Si Washington quiere cooperar y México necesita ayuda, una y otra no pueden darse y recibirse para capturar capos; esa lógica siniestra no ha servido en los últimos treinta años. Aprehender a los líderes de cárteles es un remedio intrascendente, (casi) inútil y costoso.