Ya no sorprende la falta de sensibilidad social: hemos perdido la capacidad de asombro ante la barbarie (en cualquier otro país hechos como Ayotzinapa, Tlatlaya o Apatzingán harían tambalearse al gobierno y harían que rodara más de una cabeza) y ello es muestra de la escandalosa descomposición social.
Un lugar común que no deja de ser cierto.
La tesis del gobierno federal respecto a lo ocurrido en Apatzingán recuerda al “Nintendo de Carpizo”: un fuego cruzado produjo la muerte de los civiles. En Apatzingán, un video ha revelado que no hubo fuego cruzado, sino que los civiles fueron ejecutados. La misma historia, solo que ahora sí hubo video.
Nada nuevo en un país donde el ejército y la policía han sido instrumentos de ejecuciones siempre negadas por la autoridad.
Indigna, eso sí, la autocensura de algunos medios que, además, aceptan la versión oficial solo por provenir la fuente oficial. Fingen inocencia periodística, pero es el dinero el que les manda callar.
Y lo más sorprendente es que el gobierno tienen equivocado el discurso: pide pruebas –junto con sus medios protectores– cuando, precisamente, la autoridad es la encargada de recabar.
El juego siniestro que se vive en el país ha hecho que la prensa crítica tome el papel de instancia de indagación más importante y de oposición única. Los “partidos de oposición” en las Cámaras y en sus diligencias han emitido breves comunicados y han sido muy grises en sus críticas. Para decirlo en otras palabras, el Pacto por México no solo los unió, sino que los confundió.
Los puritanos que escriben reformas constituciones y legales desde el escritorio, así como la prensa de análisis corto y coyuntural, dirán que la reforma penal y la fiscalía general de la nación resolverán los problemas. La verdad es que volver autónoma una institución no servirá de mucho porque ninguna institución resiste la carencia del Estado de derecho. El problema de México no es solo institucional sino de aplicación de la ley. El Presidente –el primer mandatario, el primero que tendría que obedecer– adquiere casas de contratistas y de ahí se desprende la podredumbre en la que nadan a gusto los políticos mexicanos.
Lo que ha sucedido en Apatzingán es un nuevo jueves de corpus, un nuevo Aguas Blancas, un nuevo Tlatlaya.
Tres preguntas saltan casi de forma instantánea: ¿Cuántos más? ¿Habrá algún responsable? ¿Cuál es la salida a esta crisis de gobierno?
Apatzingán demuestra que el gobierno ha estado equivocado durante las últimas décadas en su lucha contra el crimen organizado y la violencia, y que el PRI de Peña Nieto no es la excepción: la medusa tiene muchas cabezas y, una vez más, una de ellas ha actuado contra ciudadanos. Algunas veces la cabeza de la serpiente es el Estado mismo. Por más que unos lo nieguen y algunos medios lo omitan. #FueronlosFederales