El registro de lo cotidiano es un importante elemento para contrastar la veracidad de la Historia que se está escribiendo y es un tamiz valioso para determinar la orientación ética de una sociedad.
Tal vez por lo anterior, la prominente filósofa húngara, Ágnes Heller, sostuvo que la vida cotidiana era “el espejo de la Historia”.
Cuando contamos nuestras experiencias o las de quienes nos rodean recreamos nuestra vida en distintos ángulos. Refrescamos lo que es la perspectiva propia y podemos acceder a puntos de vista alternativos.
No obstante lo anterior, los relatos de la vida cotidiana frecuentemente no son lo suficientemente aquilatados y en el mejor de los casos reciben una mayor valoración cuando son considerados bajo la óptica de la Historia o porque han pasado por la pluma de algún escritor de renombre.
Por lo anterior, quienes se atreven a recopilar los pasajes del acontecer diario o las historias de personas comunes del pasado inmediato corren el riesgo de exponerse al escarnio, a la incomprensión o a la confusión.
Lo cotidiano tiene un valor que es preciso resaltar.
Es en el día a día donde podemos ver si, por ejemplo -como lo sostiene la pluma de Fernando Acosta Reyes-, una revolución realmente se consumó y logró realizar los pequeños cambios que sustenten las grandes transformaciones de un país.
Es en la convivencia de las personas donde el observador puede detectar si las relaciones de poder que fueron motivo, por ejemplo de un levantamiento armado, realmente cambiaron, si no, de poco sirven los festejos y las grandes narraciones de hazañas armadas; si es que no hubo un cambio en el trato de las personas, si no desparecieron los privilegios, la corrupción o los fanatismos, entonces no se puede hablar de revolución.
Como se puede ver, contar lo cotidiano puede significar un proceso liberador para quien lo hace, no sólo porque a partir de comunicarlo seguramente se presentará la metalectura de lo que se cuenta, sino porque la transmisión puede hacerse de múltiples formas.
Para que los juglares de lo cotidiano alcancen su cometido de comunicar (de hacer común algo), recurrirán al arte en todas sus vertientes, al mundo virtual, a lo subterráneo, a quienes no han sido tomados en cuenta, al aprovechamiento de las rendijas del sistema y por supuesto a la revaloración del peso de la palabra.
El proceso reivindicatorio del valor de la vida cotidiana lleva ineludiblemente a la identificación de las formas artificiosas de convivencia que nos fueron impuestas a través de la moda y los medios de comunicación masiva.
Para concluir le comparto las siguientes líneas del texto Sociología de la vida cotidiana de Samuel F. Velarde:
“Ver la vida cotidiana es “meterse” en los modus vivendi de los individuos, es desenredar lo que aparentemente es normal y percatarse de lo simbólico de cada estilo de vida, es darse cuenta de que existe un sistema social que te atosiga con una serie de normas a cumplir, o que te obliga a que disminuyas tu capacidad de asombro. El estudio de lo cotidiano es comprender, insisto, los nudos que mantienen la red social. Finalmente todo esto con un propósito sumamente definido, reflexionar hasta qué punto la vida cotidiana te facilita ser un individuo libre y que puedas diseñar tu proyecto de vida. Es decir, revolucionar nuestras vidas cotidianas y promover o exponer visiones diferentes de comportamientos y compromisos propios, que pudieran (porque no decirlo), ir construyendo una cotidianidad más intensa y llena de perspectivas individuales y sociales”.
Y usted deja que lo cotidiano le pese, lo arrastre o bien determina conscientemente sus actos ¿cómo reivindica lo cotidiano de su vida?