La premura y estrés propician que seamos insensibles ante una gran parte de nuestra realidad, cuyo bombardeo con imágenes, olores, ruidos, sentimientos, sensaciones, ideas, datos, componen millones de bits que saturarían nuestra capacidad de “digestión informativa”.
Nuestra mente tiende a sólo hacer consciente una mínima porción de esa tormenta a la que nos enfrentamos, y nuestra falta de pericia para aprender de todo, nos ha orillado a un analfabetismo de lo cotidiano.
No sabemos “leer”, y mucho menos “escribir”, entre las historias y los lugares que aparentemente no tienen nada de sobresalientes, pero que si nos detuviéramos a observar un poco, sin duda nos sería revelada una dimensión desconocida de la realidad que nos habla de mil formas y no es escuchada.
Actualmente el término alfabetización y analfabetismo se han trasladado a diversos aspectos de la vida -por ejemplo alfabetización digital, alfabetización emocional, entre otros- para indicar la detonación de procesos similares al significado original de la alfabetización de leer y escribir con textos. En contraste a este criterio, bien podríamos calificarnos como analfabetas de lo cotidiano.
Pero abrir nuestra mente a lo que está frente a nosotros todos los días nos conlleva a experimentar nuevas formas de aprender, con herramientas que siempre han estado al lado nuestro.
Romper las barreras para escuchar lo que los otros quieren compartir, abre la posibilidad de aprender y también de ser escuchado quizá por un auditorio individualizado, deseoso de recibir lo que nosotros necesitamos compartir, y que en esa escucha atenta se logrará un verdadero entendimiento.
Por ejemplo, hay líneas genéticas sociales en las comunidades que son pequeñas burbujas que conservan la memoria fresca de pasajes queno son enseñados como historia oficial de nuestro país, y seguramente podrían enriquecer con historia viva y muchos más detalles que aportar.
La alfabetización en lo cotidiano es la conformación de redes mentales individuales y colectivas, a partir de aprender a codificar y decodificar realidades plasmadas en las historias y lugares de nuestra glocalidad.
Por supuesto que la documentación de ese proceso de codificación y decodificación conlleva a la sistematización, y la posibilidad de transmitir lo que puede perderse con el tiempo.
Quien se ha alfabetizado en lo cotidiano puede llevar a otros por esos laberintos de los pueblos y las ciudades que les son tan comunes, y a la vez tan ajenos.
Cuando pienso en un alfabetizador de lo cotidiano, inmediatamente viene a mi mente el nombre de Cristina Pacheco y su reconocido programa de televisión Aquí nos tocó vivir o su Mar de historiassemanal.
En esa misma línea de la alfabetización en lo cotidiano, sólo que en un nivel más complejo como lo es el teórico y las metodologías que podemos derivar de ella, también es ineludible mencionar al Dr. Luis G. Benavides Ilizaliturri y sus diversos trabajos para la sistematización de experiencias educativas y la conformación prospectiva de las comunidades a partir de la participación social.
La vida cotidiana encierra una carga de saber incalculable porque son millones de mentes operando caóticamente, cada una de ellas con una forma e historia particular que provoca que no obstante la similitud aparente en el tiempo y en el espacio, la vida no sea la misma: es única e irrepetible.
Tomar consciencia del saber que está disperso en cada uno de nosotros y en los lugares que habitamos provoca procesos de revalorización individuales y colectivos, nos orilla a que el proceso de dignificación no sea algo lejano ni ajeno, por el contrario, está ahí y a la espera de ser aprovechado.
Me quedo con las palabras de Cristina Pacheco cuando hace unos meses celebró el 35 aniversario de Aquí nos tocó vivir: “…las historias más pequeñas son las más extraordinarias. Cada persona es como una huella digital, es única”.