En particular, me quedo con unas líneas de un post suyo titulado “Proyectos que se quedan a la mitad” en donde cuenta:
“Un primer paso es fundamental para encontrar felicidad: definir si lo que uno debe hacer y posterga o abandona es necesario por conveniencia, por imposición o por obligación.”
El asumir su rol de diputado no es algo que a él, dentro de sus aspiraciones más personales, le fuera necesario sino que, por el contrario, le representaba ya una obligación dado el proyecto de gobierno al que una vez perteneció y que, más por compromiso que por convencimiento, le dedicó gran parte de su tiempo.
También dice:
“Luego, el motor de las decisiones es vislumbrar el futuro con ese proyecto realizado. El tercer elemento es encontrar el gusto o la conveniencia que tendrá para nosotros completar la acción.”
Definitivamente, Fernando Manzanilla ya no tenía futuro político en el proyecto de Rafael Moreno Valle.
Nadie sabe a ciencia cierta qué fue lo que motivo tal separación, pero quedó en claro que Manzanilla se convirtió no sólo en una piedrita en el zapato, sino en un obstáculo verdaderamente incómodo para el mandatario, quien no dudó en cortarle la cabeza y echarlo a los perros de su burbuja para que lo despedazaran.
Fernando Manzanilla fracasó en llevar al gobierno su particular forma de percibir la vida, alejado del pragmatismo político y la estrategia voraz que se aplica en la administración pública poblana.
Simplemente, nunca pudo acoplarse a las formas en las que se toman las decisiones desde Casa Puebla.
Concentrado en la espiritualidad, en buscar el camino directo para alimentar y ensalzar emociones y sentimientos más que apetitos políticos y materiales, Fernando se alejó poco a poco de la muy particular manera de gobernar.
Nadie puede dudar de su capacidad para dirigir y asumir altas responsabilidades, sin embargo, su visión de lo que era la “gobernanza” como una forma de interacción entre el gobierno y la sociedad para alcanzar acuerdos de beneficio mutuo, topó con pared ante la intolerancia y la imposición de un régimen que se aleja precisamente de la sociedad, en la búsqueda de un objetivo unipersonal.
Pocos, muy pocos son los que priorizan a la felicidad como el motor la vida misma, y menos son los que pretenden llevarla como esencia de las políticas públicas… Fernando Manzanilla es uno de ellos y seguro lo hará… pero no aquí.
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