La semana pasada conversé con la afamada coreógrafa, profesora y bailarina costarricense Sol Carballo Bolaños.
Le comparto más de la trayectoria de Sol Carballo para que contextualice la vasta experiencia de mi interlocutora.
Después de realizar estudios iniciales en Perú y su país natal, Sol Carballo cursó estudios parciales de Psicología, Antropología y Arquitectura.
En 1974 Carballo Bolaños decidió dedicarse de tiempo completo a su verdadera pasión: la danza.
Después de radicarse en Nueva York, por la formación de Sol Carballo pasaron maestros como Yuriko Kikuchi, Tim Winger, Cinthya Babbat, Alvin Nikolais y Murray Louis.
En los años recientes Sol ha retornado a su amado Costa Rica para compartir lo que descubrió, pero no ha dejado de seguir aprendiendo de todos, aunque recientemente lo ha hecho al lado de especialistas como Andrew Marcus, María Bordessio, Fred Deb’, Jacques Bertrand y Emily Knoblauch.
Reflexiono con una mujer que tiene el honor de ser catedrática de varias universidades en Latinoamérica y empresaria, sobre el proceso iniciático de las artes escénicas y circenses.
A primera vista parecería que una mujer con la experiencia de Sol Carballo podría abdicar a los pilares de la educación permanente por los éxitos, pero no es así.
Sol Carballo personifica la máxima: “El ser humano aprende en todo momento… hasta el último instante de su vida”.
Recapacito en que los sabios de la antigüedad sostuvieron que la iniciación consistía en pasar de lo profano a lo sagrado, de experimentar la muerte en vida y regenerar la existencia.
Como el proceso es individual y no se puede transmitir porque hay que vivirlo, entonces sólo se puede descubrir transformándose en el sendero lleno de vicisitudes y simbolismos. Por ello los antiguos iniciados decían que los senderos de las enseñanzas ocultas –ocultas porque se mantenían a resguardo de las miradas vulgares- eran una especie de “vías rápidas” para comprender lo que en tiempo real implicarían varias vidas.
Cuando el estudiante literalmente se “prende” cuando se detona su propia energía, y la de los demás, detonada al andar el camino, desatándose una serie de reacciones bioquímicas y eléctricas que son el andamiaje de la pasión hacia lo que se hace –convirtiéndole al nivel de lo que se profesa-, pasión por el saber y, por supuesto, pasión a los beneficios del saber.
Al parecer cuando el estudiante se apasiona del saber, entonces se establece un enlace entre la actividad intelectual y la acción del resto del organismo.
Todo esto viene a mi mente mientras escucho a Sol hablar sobre las larguísimas jornadas de estudio y disciplina de un aspirante a artista escénico o circense.
Por supuesto que también pienso en lo frecuente que es para las instituciones educativas no encontrar el arte de construir puentes entre lo que se piensa y lo que se siente.
En este proceso interno de combustión aparece la solidaridad, la fraternidad, el amor y demás valores que orientan éticamente la transformación de los individuos. Los valores no se memorizan ni se aprenden como erróneamente lo hemos tratado de hacer en las últimas décadas. Los entornos éticos se aprehenden con todo el ser: con el cuerpo, con la mente y con el espíritu.
A diferencia de las creencias religiosas que ubican al Fuego como símbolo del eterno infierno, los sabios iniciados de la antigüedad se referían a la “magia” de la sublimación de las emociones para transformarlas en pasión por el progreso individual y colectivo.
Sigo escuchando a Sol Carballo y confirmo: el ave Fénix es por naturaleza símbolo de la educación por combustión.