Cualquiera que presuma ser o que desee ser un buen político, un buen líder, debe de estar perfectamente consciente que saber hablar o tener el valor de hacerlo frente a miles de personas no es suficiente, tampoco partir plaza al llegar al punto de reunión o el darles a todos por su lado mientras les dices que, precisamente, acabas de ver lo de su asunto, para que sientan tomados en cuenta, atendidos. Entre muchas de las cualidades básicas que debe de poseer cualquier personaje que aspire a ser un verdadero líder, en cualquier área, el saber escuchar es una de las más importantes. Y eso no significa sentarte frente al interlocutor poniendo cara de interés, mientras realizas un ejercicio de auto control para no ver la hora. Es más complejo que eso. Escuchar lo que la gente te quiere decir es, en verdad, tratar de ponerte en sus zapatos, en su situación, para saber qué siente, por qué lo siente, es poder agudizar nuestra antena y leer todos los mensajes que esa persona nos envía por diferentes canales. Las palabras a veces no alcanzan para trasmitir un sentimiento, una necesidad, una desesperación. Los actos cotidianos, el lenguaje corporal, el compromiso, la dedicación, la ausencia, en fin, hay muchas otras acciones que pueden estar gritando lo que esa persona desea que escuchemos y, por falta de humildad o falta de interés genuino, no llegamos a percibir.
El político (o suspirante a serlo) que no sabe escuchar es muy común que llegue a caer en el autoengaño, en ese momento, sólo ve lo que quiere ver y comienza a dar por hecho que su percepción, no sólo es la correcta, sino la única. Grave error.
Y aunque el decir mentiras viene ya incrustado en el programa genético de cualquier político, el creerse sus propias mentiras es un don que van cultivando con el tiempo.
El autoengaño es, en muchas ocasiones, una estrategia de supervivencia, nadie se libra de emplearlo en algún momento de su vida, pues incluso puede ayudar a superar momentos difíciles, pero si se emplea como norma en lugar de como excepción, puede volverse enfermizo y en contra de uno.
Para muestra un botón:
Eran dos compadres, casi hermanos. Uno de ellos ya se había percatado que su compadre del alma vivía engañado y, con la esperanza de hacerlo reaccionar, una noche de copas le preguntó:
– ¿Le puedo hacer una pregunta compadre?
– Claro compadre!!… pregunte, pregunte.
– ¿Su esposa coge con usted por amor o por interés?
– ¡Qué preguntita, pinche compadre! Pos claro que por amor, sin duda.
– ¿Seguro Compadre?
– Seguro compadre.
– ¿Segurísimo compadre?
– Segurísimo compadrito, por puritito amor sin duda alguna… porque nunca he visto que le ponga el más mínimo interés.
Ya ni les cuento lo que el preocupado compadre acabó haciendo con la comadre desinteresada, pero, así como este ingenuo compadre, hay muchos políticos que creen que todo su poder de convocatoria, que toda la bola de paleros que lo siguen, que todas las invitaciones que reciben, que todo el apoyo que le brindan es… por puritito amor. ¿Será?
José María Pumarino: Escritor, caricaturistas y empresario.
Ceo/Senior Partner de Bushido.mx