04-05-2024 07:18:02 AM

Es mejor decir basta, a decir amén

Es mejor decir basta, a decir amén.

Recién leí en alguna revista una  frase que por su contundencia, no me mereció  ninguna réplica.

Más tarde;  en la tranquilidad de  mi cama, analicé lo que el día había traído y que el sueño amenazaba con llevarse.

Ahí estaba aún la frase.

Decidí abordarla para entenderla y aplicarla a mi vida hasta donde fuera posible.

“Tras  la intolerancia  esta la injusticia”

Repasé  mi vida, mi situación personal, mis problemas actuales y descubrí que  me había convertido, a mis casi sesenta y tres  años, en un ser intolerante.

El descubrimiento  me deprimió.

La palabra intolerancia suena fuerte y por lo general se aplica a personas  que  tienen imagen negativa, incluso a veces se consideran  revoltosos.

Como  miles, tal vez cientos de miles de casos, el mío es el de un ciudadano en el que las injusticias van bordando sutilmente nuestro epitafio.

No es una institución, son muchas instituciones las que con sus omisiones  se convierten en una lápida para la sociedad.

Por citar sólo algunas: el IMSS, que durante tres años me ha hecho dar vueltas innecesarias para obtener la  pensión a que tengo derecho.

El Ministerio Publico y los órganos de Procuración de justicia de Puebla, ante   quienes en el sexenio pasado pudo más el tráfico de influencias, la corrupción  y la falta  de interés en mi denuncia y /o querella  que la Ley misma.

La COFEPRIS  en Puebla, que en diez meses no ha sido capaz  de dictaminar    una petición sobre una historia clínica en consulta externa que el médico tratante  no elaboró, petición que realicé  en noviembre de  2010, etc.

¿Soy intolerante? , pregunté a mi esposa al día siguiente.

¡Eres ingenuo,  me contestó! ¿Ingenuo?  ¿Es ingenuidad rebelarse porque las instituciones  que deberían servirnos, están manejadas por incompetentes que no cumplen sus obligaciones por negligencia, interés  desleal, burocracia  indolente o simple  ignorancia?

No;  eso no es ingenuidad, respondió mi esposa, mirándome a los ojos,  y  dijo algo que fue materia  de un nuevo desvelo esa noche.

¡Eso se llama pasividad, eres  pasivo!

Pasivo, pasivo, pasivo; durante la larga noche, se repitió esa palabra  en mi cabeza, hasta que el sueño  me rindió.

¡No soy pasivo!, desperté gritando.

Pasivo es todo humano que permite el abuso y el atropello sin alzar la voz en señal de reclamo, denuncia o señalamiento.

Desde entonces, decidí que  es preferible que me griten alborotador, histérico, revoltoso  o intolerante.

Al sentarme a la mesa,  mi esposa vio un hombre distinto, no aguantó más la curiosidad   y preguntó: ¿Qué  te pasa esta mañana?

Mi respuesta  fue  tajante: ¡Soy intolerante! Decidí decir basta a la impunidad, a  la corrupción, la simulación  y a todo aquello que  vaya en detrimento  de las Instituciones.

¡Prefiero ser intolerante  que  pasivo!

A partir de ese razonamiento,  asumí que pertenezco  a las filas de  intolerantes  cansados  de que sus derechos sean  atropellados, por  quienes se convierten  en victimarios  de la  sociedad pasiva.

Es  mejor decir basta, a decir amén.

gustavovargas01@hotmail.com

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