La llegada de Barack Obama a la Presidencia de Estados Unidos se interpretó en su momento como una gran oportunidad para reconciliar al país, luego de ocho años de simulación política y déficit financiero para asegurar una supuesta seguridad ante las amenazas constantes del exterior. Sin embargo, el mismo Presidente ha reconocido su insatisfacción por no poder avanzar en ese sentido e incluso haber retrocedido en algunos aspectos.
El número de estadounidenses que creen equivocadamente que Obama es musulmán ha crecido hasta un 18 por ciento desde que tomó posesión. Asimismo, se han extendido las afirmaciones de que no nació en el territorio estadounidense y que sus reformas no corresponden con las necesidades e intereses de la sociedad estadounidenses.
De esta manera, el hombre que se distinguió por su gran capacidad para comunicar y cautivar a muchos grupos sociales con una propuesta política de cambio y esperanza durante el proceso electoral de 2008, es hoy enormemente incapaz de comunicar a la compleja diversidad social estadounidense sus decisiones y labor como Presidente.
Ante la ineficacia y debilidad en la comunicación del gobierno de Obama, la contraofensiva de los sectores más radicales de la derecha y sus aliados de los medios de comunicación se ha hecho cada vez más presente para polarizar a una sociedad ansiosa, ahondar más en la incertidumbre y favorecer la decepción por la falta de políticas públicas que reviertan la compleja realidad económica del país.
En ese sentido, a falta de una estrategia de comunicación inteligente y la carencia de operadores con capacidad para el debate político, algunos comentaristas de las televisoras y columnistas de los diarios e Internet se han convertido en los principales opositores a las iniciativas del Presidente.
Uno de los más destacados es Glenn Beck, comentarista de la cadena Fox News, quien ha actuado como el gran protagonista en la mayor demostración de fuerza del movimiento de extrema derecha conocido como Tea Party. En la última embestida, Obama, ha sido criticado por haber respaldado la construcción de una mezquita en New York, a tres cuadras de la zona cero, pese a una oposición social del más del 60 por ciento.
De igual forma, ha sido cuestionado por haberse sumado a los grupos que solicitaron al pastor Terry Jones que renunciara a su espectáculo de quema del Corán. Tanta ha sido la presión que Obama se ha visto obligado a reiterar en sus intervenciones públicas que su religión es el cristianismo, que defiende el derecho de los musulmanes a construir la mezquita -templo religioso dentro de un gran centro cultural- porque las leyes del país así lo permiten y no porque comparta esas ideas o proyectos en particular. Asimismo, que la quema del Corán incidirá grandemente en la polarización mundial y el activismo de los grupos más radicales del Islam.
Pero, ¿por qué Obama se transformó de un político inspirador de la esperanza nacional en un Presidente continuamente acusado por no saber comunicarse con su país y mantener una irritante distancia con los grupos sociales que hasta hace poco lo admiraban?. Para nadie es desconocido que el Presidente y su equipo han cometido errores y mostrado algunas inconsistencias. Sin embargo, ella no es razón suficiente para que en un breve lapso su administración sea cuestionada de manera tan radical y pongan en duda todas sus iniciativas. Por ello, la razón debe buscarse en la insatisfacción de expectativas y el profundo malestar social por el estancamiento económico. Esto a pesar de los esfuerzos de la administración por revertirlo.
La gente busca responsabilizar a Obama de no saber superar la catástrofe financiera heredada, sin considerar que muchas de sus acciones han evitado un colapso económico todavía mayor. Lo único que perciben es que no consiguen trabajo, que hay una incertidumbre social generalizada y que su futuro es poco alentador.
En tal forma, en una encuesta de la CBS se revela que solo 13 por ciento de los estadounidenses creen que los programas económicos de Obama les han ayudado mientras un 63 opina que no han tenido efecto alguno.
Estas percepciones negativas sobre Obama que han sido potenciadas por campañas constantes de sus adversarios políticos, se deben fundamentalmente a que ha tocado muchos y muy poderosos intereses y afectado el establishment de muchos años. Las reformas prometidas durante el proceso electoral solo fueron cuestionadas hasta que las llevó a cabo, por lo que los afectados se han movilizado de distintas maneras para impedir a toda costa que esos cambios se materialicen.
En ese sentido, si gobernar el país que heredó de George Bush era un reto difícil para Obama con el legado de reacciones ante los cambios que él mismo ha llevado a cabo será aun más difícil. En la actualidad los medios de comunicación parecen ensañarse contra Obama y no pierden oportunidad para difundir cualquier tipo de cuestionamiento.
Es el caso del arzobispo sudafricano Desmond Tutu, quien recientemente publicó un artículo criticando ferozmente al Presidente porque el gobierno estadounidense redujo los fondos para la lucha contra el sida en África. Asimismo, The Washington Post informó que la Cámara de Comercio gasta tres millones de dólares por semana para revertir las iniciativas del Presidente.
También el movimiento laboral estadounidense afirmó que Obama no hace lo que ellos quieren y las élites de Wall Street se sienten marginados porque Obama ya no asiste a sus fiestas y se mantiene a una justa distancia.
Algunos de los donantes de las campañas políticas se quejan de que Obama no solo les ha negado cargos de influencia en su gobierno, sino que además ya ni siquiera los invita a las recepciones y cenas en la Casa Blanca.
Los militares también están molestos porque por primera vez sufren fuertes recortes presupuestarios. Mientras tanto los ecologistas están furiosos porque Obama no apoya sus exigencias con leyes más restrictivas. A la industria petrolera le ha impuesto severas regulaciones ambientales, al tiempo que el lobby judío se queja porque Obama presiona al gobierno israelí para que haga concesiones a los palestinos. Las industrias farmacéutica y hospitalaria no le perdonan la reforma al sistema de salud, mientras los bancos siguen indignados con las nuevas reglas. Ello sin olvidar a los 12 millones de inmigrantes indocumentados que esperan ansiosos la reforma a las regulaciones migratorias.
En ese contexto, están las elecciones del 2 de noviembre del presente año donde se decide un tercio del Senado, toda la Cámara de Representantes y 28 gubernaturas estatales. En ellas, como se ha insistido, las intenciones de voto parecen indicar que el Partido Demócrata perderá la mayoría que ha tenido en la Cámara baja y que mantendrá un precario dominio en el Senado. Hasta este momento e Partido Demócrata ha sido capaz de transmitir una imagen de eficacia de la administración en el Congreso.
Dividido entre numerosas tendencias, a veces irreconciliables, pendientes de intereses particulares con frecuencia contrapuestos a los de Obama, ellos no han sido el soporte que el Presidente necesitaba a pesar de su amplia mayoría. A su descrédito ha contribuido una oposición Republicana más experimentada que apostó desde el inicio por una estrategia obstruccionista de la que no se han librado. Por ello, algunos nombramientos de cargos todavía están pendientes de confirmación parlamentaria. *