Segunda y última
Ya como Secretario Nacional de Acción Juvenil, Juan Carlos Mondragón estaba obligado a devolver el favor al grupo que hizo hasta lo imposible para perfilarlo al frente de los jóvenes panistas.
Desde su cargo, realizó un profundo procedimiento previo de selección del perfil que podría significar la continuidad del grupo hegemónico panista como ente de control del semillero de cuadros de la derecha nacional.
El resultado fue contundente.
El único capaz de garantizar lo anterior era el joven Héctor Javier Rivera López, en ese tiempo considerado como uno de los nuevos valores de la juventud yunquista.
Rivera López era sin duda uno de los cuadros que con mayor esmero se había dedicado a cuidar el ya líder nacional del blanquiazul, Manuel Espino, lo que lo convertía en el candidato natural para suceder a Mondragón en la dirigencia de Acción Juvenil.
Ahora, el reto, era legalizar la imposición.
En su muy limitada óptica, el grupo hegemónico panista consideraba que la unción de Rivera López sería un mero trámite.
Teniendo el control de las instancias partidistas, era prácticamente imposible que algo saliera mal.
No calculaban, sin embargo, que la reciente victoria presidencial de Felipe Calderón y la capacidad de operación al interior de personajes como Camilo Mouriño, iban a complicar severamente las cosas.
La cerrada contienda que llevó al primer líder oficial de las juventudes panistas a la presidencia del país, fortaleció a los opositores de Espino y compañía, alterando de manera radical el guión original.
Así pues, el candidato de “los otros”, el tlaxcalteca Juan Carlos Martínez Terrazas, empezó a ser visto con buenos ojos por parte de los jóvenes del blanquiazul, lo que encendió los focos rojos en la presidencia del CEN panista.
Para tratar de debilitar a Martínez Terrazas, Espino perfiló a una tercera en discordia, aparentemente sin filiación abierta a su grupo político y además, mujer, en un intento desesperado por mantener niveles dignos de competitividad para su candidato.
Se trataba de la diputada federal Claudia Caballero, quien poco antes de la contienda, buscando descarrilar el proceso, aseguro que no competiría por haber recibido presiones desde la oficina de Juan Camilo Mouriño a través de Jorge Manzanera.
El día de la contienda sucedió lo inevitable: Martínez Terrazas obtuvo 59% de los votos, mientras que Rivera López, el candidato de Espino, Mondragón y compañía, tuvo sólo el 41%.
Fuera de sí, Mondragón rompió la institucionalidad de su cargo para asegurar que el proceso había estado plagado de diversas irregularidades.
Pidió la intervención de Espino y entonces fue como el CEN blanquiazul, controlado casi por completo por el duranguense, decidió por mayoría aplastante declarar la nulidad del proceso.
Más de mes y medio duró la controversia, hasta que se optó por recurrir al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación en busca de justicia.
El máximo tribunal en la materia falló a favor de los antiyunquistas y declaró que la elección de Martínez Terrazas, ya para entonces etiquetado como el “candidato de Calderón”, reflejaba realmente la voluntad de la mayoría de los jóvenes panistas.
El berrinche fue mayúsculo.
Mondragón, pisoteando la jerarquía de su cargo partidista y violando la condición de imparcialidad que supone el mismo, declaró a varios medios nacionales:
“Hubo desde el secuestro de delegados para que no se registraran en la asamblea y emitieran su voto; la compra o el intercambio de votos por ingreso a plazas del gobierno; la “línea” de parte de funcionarios del gobierno, la intromisión de adultos en las decisiones de los jóvenes; también la participación abierta de secretarios estatales juveniles a favor de un candidato”.
“Lamentablemente es como cuando el PRI nos hacía fraude: Nosotros decíamos que hubo fraude y el PRI, de manera cínica, decía: ‘Compruébenlo’. Son cosas muy difíciles de probar.”
Lo anterior, a pesar del fallo del mismo tribunal que poco antes había avalado la victoria de Calderón y que confirmó otros triunfos panistas en elecciones locales.
Este es el perfil de quien jura y perjura que garantizará la unidad del PAN y que, por otra descarada imposición, dirigirá los destinos del panismo poblano.
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