En eso se ha convertido Víctor Manuel Giorgana, el otrora hombre fuerte de la administración municipal, en un auténtico fantasma.
Nada queda de aquel remedo de superasesor, de ese intento fallido de poder tras el trono.
Hasta hace muy poco, el ex vicealcalde, como algunos despistados se empeñaban en nombrarlo, rebasaba por mucho el ámbito de competencia como Coordinador de Políticas Públicas del Ayuntamiento de Puebla, interviniendo en prácticamente todas las carteras de la administración pública de la capital.
Hablaba en nombre de la presidente.
Operaba en nombre de la presidenta.
Cabildeaba en nombre de la presidenta.
Quitaba y ponía en nombre de la presidenta.
Palomeaba proyectos e impulsaba carreras políticas en nombre de la presidenta.
Con un pequeño detalle, imperdonable en alguien con tantos años en la política: el no era la presidenta.
Y entonces, un buen día todo terminó.
Blanca Alcalá dejó a un lado su candor y su aparente inocencia para jalar las riendas, acomodarse bien en la silla y desde ahí, honrar aquel principio básico de las leyes del poder que reza: “Nadie brilla más que el Sol”.
A partir de ese momento, Giorgana se convirtió en el ejemplo más claro de lo que significa un exilio obligado, una muerte política en vida engrosando la nómina de la Secretaría de Desarrollo Social municipal, una dependencia que, a diferencia de la federal y la estatal, no tiene ningún peso específico concreto en la potencial operación electoral de los programas sociales en la ciudad.
¿Construir desde ahí un proyecto político personal?
Por favor.
Lo único que queda de la efímera grandeza de Giorgana es aquella majestuosa super oficina, arriba de la Tesorería municipal, en cuya remodelación nos gastamos los contribuyentes de la capital algo así como un millón de pesos.
Oficina que por cierto, nuestro personaje se niega a abandonar a pesar de su cambio en el organigrama municipal.
Ni hablar.
La paradoja de esta historia no puede ser más clara: Giorgana intentó ser el Córdoba Montoya del trienio de Blanca Alcalá y se convirtió en una especia de Saba íntima.
Y es que hoy, nadie lo ve, nadie lo siente, se lo ponen aquí y se lo ponen acá.
PANTEÓN POPULAR, ESTACIONAMIENTO DE “LUJO”
Pues con la novedad de que ya cobran el estacionamiento en el panteón de La Piedad.
Al más puro estilo de los centros comerciales de lujo de la capital, este popular camposanto dejó de prestar este servicio de manera gratuita a los ciudadanos.
¿El pretexto?
Recursos adicionales para el Instituto para la Asistencia Pública del Gobierno del estado.
Se cobra por utilizar la propiedad del gobierno estatal, es decir, la propiedad pública, la que es de todos.
Lo que sin duda llama la atención es la tarifa autorizada: 6.50 la hora o fracción.
Si usted demora el tiempo normal promedio que tarda una ceremonia luctuosa o decide pasar un poco más de tiempo visitando a sus difuntos, acabará pagando más que en Angelópolis o El Triangulo.
.Por cierto, al interior del estacionamiento opera también una central de taxis, a la que se le cobra por operar ahí.
Nada mal para un panteón popular.
Todo sea en nombre de los desprotegidos del estado.
¿Será?
latempestad@statuspuebla.com.mx