26-04-2024 10:38:12 PM

Examen de competencia a maestros, injusticia social

Dirigente del Movimiento Antorchista Nacional

Con gran despliegue propagandístico se dieron a conocer, en fechas recientes, dos medidas adoptadas por las autoridades educativas y aceptadas por los jerifaltes del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), cuyo propósito, se dijo, es elevar la calidad académica y atacar de frente los rezagos y deficiencias del aparato encargado de impartir educación, con especial énfasis en el llamado “nivel básico” (kinder, primaria y secundaria). Estas medidas, sucesivas y consecuencia la una de la otra, fueron (o son): estatuir de modo permanente un examen de competencia para todo aquel docente que aspire a ocupar un puesto en el sector educativo del país, y la realización, por primera vez, de dicho examen, con la consiguiente publicación de los resultados del mismo. Llama poderosamente la atención que, según los responsables de aplicar el referido examen, optaron por el mismo setenta mil maestros en números redondos, de los cuales apenas siete mil, esto es, apenas el diez por ciento, obtuvieron una calificación aprobatoria. Y en igual medida sorprende la exagerada publicitación del hecho acompañado de comentarios, opiniones y “análisis” (de los mismos encargados de la prueba y de “especialistas” con acceso a los medios) con la clara intención no sólo de exhibir a los reprobados como gente ignorante e incapacitada para ejercer la elevada función educativa, sino, además y sobre todo, de arrojar sobre ellos toda la culpa de nuestras desgracias y vergüenzas, hasta en el plano internacional, por los pésimos resultados que hemos obtenido, en los últimos tiempos, en materia de aprovechamiento de nuestros educandos.

Sin embargo, es precisamente la gran cantidad de maestros reprobados (para quien quiera reflexionar en serio sobre los grandes problemas nacionales con el propósito de encontrarles remedio efectivo, y no sólo para buscar chivos expiatorios) lo que pone de manifiesto que no son ellos los verdaderos culpables del problema, la raíz última del rezago educativo. La alarmante desproporción entre el total de quienes se sometieron a la prueba y el corto número de quienes lograron pasarla, dice a las claras que no es posible, que no es creíble que tantos mexicanos que estudiaron la carrera docente, sean unos flojos, irresponsables y desobligados con su propia capacitación, o, peor aun, unos tontos de capirote, incapaces de entender lo más elemental y de adquirir el bagaje científico básico para desempeñar satisfactoriamente su tarea. Salta a la vista que la verdadera explicación reside en que ellos mismos son resultado de un sistema educativo mal planeado, pobremente financiado y peor ejecutado desde hace muchos años, desde siempre, sistema que no sólo forma malos maestros sino malos profesionales en general, como lo prueba nuestra nula capacidad para generar conocimiento nuevo (teórico y aplicado) que se refleja en nuestra casi total dependencia tecnológica respecto del extranjero. Los maestros son, por tanto, más que culpables, víctimas de esta realidad nacional, víctimas de una política educativa que no depende de ellos, pero de la cual se les quiere hacer los únicos y verdaderos culpables. Cierto que tenemos un grave problema educativo que hay que atacar ya con todo vigor y decisión; cierto que en la solución el maestro es pieza clave y que, por eso, es correcto y hasta indispensable someterlo a un riguroso mecanismo de evaluación; pero más cierto es que tal evaluación rigurosa no se puede ni se debe hacer, si antes no se tiene la plena certeza de que le hemos dado al maestro, como sociedad y como gobierno, todos los elementos, todos los recursos y todas las oportunidades para adquirir las virtudes que le exigimos. De lo contrario, el examen se convierte en una injusticia total por cuanto está exigiendo lo que de antemano sabemos que no hemos dado.

El problema educativo, como ocurre por lo demás con todos los fenómenos de nuestro universo material y social, es un problema que se mueve en círculo, en espiral, de tal manera que, a primera vista, pareciera que no tiene por dónde agarrársele. Tenemos un grave rezago educativo porque tenemos malos maestros; y tenemos  malos maestros porque tenemos graves rezagos educativos. Para saber por dónde empezar, como en todo, hay que ir a la historia del fenómeno, estudiar su desarrollo en el tiempo; sólo así descubriremos con certeza cómo y por qué nació y cómo se puede enderezar. En nuestro caso, es claro que todo empezó por una política educativa mal planeada y peor instrumentada, entre otras cosas, por falta de recursos; y esto se agravó con los años porque hicimos del magisterio un instrumento de política electoral que lo corrompió y lo alejó de la ciencia y del aula. Por tanto, lo que urge es un cambio radical de todo esto, una verdadera revolución de la enseñanza que salve a las instituciones educativas y al magisterio de las garras de la corrupción política y económica, de la improvisación continua de metas y métodos y, con recursos suficientes, los reoriente hacia la formación de profesionales a la altura de las exigencias del siglo XXI.

El examen de competencia sólo será eficaz y justo cuando lo apliquemos a docentes formados con esta óptica y con esta calidad. Antes, como se está haciendo hoy, no sólo no elevará la calidad académica, sino que se convertirá, fatalmente, en un nuevo instrumento de la corrupción política y económica, que favorecerá con mil chicanas a quienes convenga colocar en los puestos claves. No sólo eso; será injusto y peligroso, además, porque se convierte en un buen pretexto para desentenderse del deber del Estado y del gobierno de dar empleo a todos los mexicanos en edad de trabajar. Es muy fácil salir a baladronear en los medios: “63 mil maestros incapaces reprobaron el examen de competencia”; pero, y esa gente, ¿de qué va a vivir? ¿Es que por incompetente ya no come, ni viste, ni calza? ¿Queremos seguir alimentando al narco y al crimen organizado? Si es así, que nadie se queje de lo que venga.

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