Por Valentín Varillas
Corrían los primeros días del 2012.
Platicaba con un vecino que tenía apenas más de un año de llegar a radicar a Puebla.
Se trataba de un reconocido médico que había tenido que dejar su natal Tampico, huyendo de la insoportable inseguridad.
Extorsiones, cobros de derecho de piso, amenazas de secuestro y secuestros consumados entre varios conocidos del gremio, lo empujaron a buscar nuevos horizontes de vida en nuestro estado.
“Todo se hace por la familia”, me dijo contundente.
Presumiendo la entonces optimista realidad local, le comenté que aquí no tendría mucho de qué preocuparse.
Que si bien existían -como en todos lados- delitos relacionados con la delincuencia común, eran relativamente pocos los hechos delictivos de alto impacto, ésos que dañan severamente el tejido social.
Para mi sorpresa, el galeno me contestó que él no estaba tan seguro de que podíamos ser tan optimistas sobre el futuro de la seguridad pública en Puebla.
Convencido, me aseguró que veía ya en el estado la génesis de una descomposición parecida a la que infectó su ciudad natal ocho años antes.
Me llamó la atención el conocimiento absoluto que tenía sobre la información de nota roja.
Contundente, defendía sus argumentos con cifras, historias, hechos concretos que relataba con asombrosa exactitud y que clasificaba por el tipo de delito y la zona geográfica en la que ocurría.
Sobra decir que, en el discurso oficial, la estrategia mediática del incipiente morenovallismo, sobre el tema, se basaba en la negación absoluta.
Igual como sucedió durante todo el sexenio de Mario Marín.
Una y otra vez, autoridades estatales y municipales se encargaron de vendernos que Puebla se había convertido en una especie de sucursal del País de las Maravillas.
Que por una incomprensible, pero afortunada conjunción de circunstancias, aquí vivíamos un estado de excepción que permanecía prácticamente virginal y que no se había contaminado de la complicadísima realidad que en materia de seguridad atravesaba el país.
Felices, nuestros políticos y servidores públicos comparaban lo que sucedía en estados del norte de la República y en entidades vecinas, echando invariablemente las campanas al vuelo destacando las bondades de la estrategia de seguridad por ellos implementada
En los últimos cuatro años, sin embargo, la cruda realidad ha dejado sin efecto la optimista y autocomplaciente retórica.
Si bien se sigue intentando minimizar lo que aquí pasa, las historias que vivimos a diario no dejan lugar a dudas.
Ésta no es la Puebla segura que cacarean nuestras autoridades.
Es más, cifras oficiales nos muestran que en la comisión de algunos delitos estamos ya peor que aquellos estados con los que nos atrevimos a compararnos.
La seguridad pública es ya, sin duda, la principal preocupación de los poblanos.
Y no se vislumbran cambios para bien a corto plazo.
Al contrario.
El cambio de autoridades estatales en este fin de año ha desatado el nerviosismo de los diferentes grupos delictivos.
Pareciera que nadie quiere quedar al margen de la tradicional “negociación”.
Por eso aprietan y aprietan en perjuicio de la ciudadanía.
Y lo peor: la impunidad sigue siendo la auténtica reina en nuestros sistemas de procuración e impartición de justicia.
La situación es tan grave, que el gobernador electo busca afanosamente un militar para tomar las riendas de la seguridad pública poblana.
De ese tamaño es el miedo al futuro inmediato.
En su momento, a mi vecino no le creí, o tal vez no quise creerle.
Lo vi un par de veces más en los meses siguientes y no volvimos a tocar el tema.
Sin embargo, por algo, su funesta premonición se me quedó grabada en el subconsciente.
No la tenía presente hasta hace muy poco.
Se detonó tal vez por la frecuencia y la gravedad del delito, ese que se ha convertido ya en parte de nuestra cotidianidad.
Perdemos la capacidad de asombro, nos acostumbramos a coexistir con la violencia y dejamos de indignarnos ante las omisiones oficiales en la materia.
“La delincuencia también, poco a poco y sin darte cuenta, te va insensibilizando y te convierte en un ser ruin, individualista, poco preocupado por los problemas de la colectividad”.
Esto también me lo dijo, me acabo de acordar.
Qué razón tenía.