El jefe del Estado Vaticano, Joseph Ratzinger, llega a México el 23 de marzo, dos días después del natalicio de Benito Juárez (¿coincidencia?), un par de semanas después de que el Senado aprobó modificaciones al artículo 24, que de ser ratificadas, le darán mayores privilegios a su iglesia, y en pleno arranque del proceso electoral.
En este sentido, la llegada del pontífice, lejos de tener una motivación espiritual, de fe y el acercamiento con una feligresía de un país sumido en la miseria, la desigualdad y la violencia; responde a una estrategia del Estado Vaticano para reforzar los lazos entre las élites gobernantes con la jerarquía católica en México.
A decir del doctor Tanius Karam en la revista Zócalo de este mes, la presencia de Benedicto XVI reforzará la agenda de los obispos, aunque un propósito central tiene que ver con “el posicionamiento de la Iglesia católica como actor de creciente gravitación y poder ante una clase política que se disputa sus favores y preferencias”.
Por ello, esta visita papal se vislumbra como uno de los actos políticos más significativos de fin del sexenio, en el que se refrendarán lealtades entre líderes políticos que deseen permanecer, pues la sola polémica sobre si los candidatos saludarán al “santo padre” o no, o si van a la homilía y los recibe en privado, ya le otorga al Jefe del Estado Vaticano y a sus representantes en México, un poder superior sobre quienes aspiran a gobernar un país laico.
Pero cabe preguntarse: ¿cuál es el costo para la sociedad mexicana de esta visita papal? ¿Qué es lo que cederán los gobernantes por verse favorecidos con su saludo? Si se entrevista con Andrés Manuel López Obrador, con Josefina Vázquez o con Enrique Peña, ¿qué cederán? ¿En qué tendrán que hacerse ojo de hormiga una vez que cualquiera de los tres ocupe la silla presidencial? ¿Les dirá que como buenos católicos no pueden ni deben hacer leyes abortistas? ¿Les dirá que a cambio del apoyo de todo su ejército de sacerdotes en sus iglesias deben garantizar echar atrás leyes ‘inmorales’ y darles cabida a sus soldados de la fe para que puedan educar en escuelas públicas? O tal vez les diga con voz de mando: ¡y nada de andar casando homosexuales, ni promoviendo el sexo seguro antes del matrimonio! A todo ello, queda la pregunta: ¿quién o quiénes operarán políticamente las sugerencias abiertas o entre líneas del jefe del Estado Vaticano?
Sin duda la presencia del Papa dejará algunos temas etiquetados, como educación y salud. Y no necesariamente quedará la recomendación de que se hagan programas pedagógicos eficientes que lleguen a un mayor número de educandos, o que se logre la cobertura universal de la salud con servicios profesionales, cálidos y éticos; sino que se abra espacio a la educación confesional y que la salud no tenga la perspectiva de género, que tanto le desagrada al representante de Dios en la Tierra.
Seguramente el “santo padre” alabará el asistencialismo y propiciará que el empresariado conservador pueda ostentar servicios de salud y educación; espacios propicios para influir ideológicamente y para imponer la visión de la Iglesia católica sobre la sexualidad humana o la historia de su religión, que antepone dogmas frente a valores cívicos y democráticos.
Desde luego hay temas en los que el pastor alemán, Joseph Ratzinger, no cederá. En corto con los políticos o entre líneas en sus homilías, rechazará el matrimonio entre personas del mismo sexo, la adopción por parte de parejas gays, el uso del condón como el principal método de prevención del VIH/sida y los métodos anticonceptivos femeninos.
Con respecto al aborto, la presencia del Papa fortalece el cabildeo de jerarcas y grupos conservadores para crear el “Día del Niño por Nacer”, tema, que según se informa en el portal de la diputada Enoé Uranga Muñoz, los legisladores que defienden la propuesta dicen que “se trata de un grupo vulnerable”, por lo que lograron que se fuera a la Comisión de Grupos Vulnerables para su dictaminación y no a la de Derechos Humanos, donde habría mayores posibilidades de debate y argumentación desde una visión humanista que defienda el derecho a decidir de las mujeres.
Con esa jugada política en vísperas de la llegada del pontífice, los grupos conservadores de la Cámara de Diputados están ofreciendo al “santo padre” una muestra de su influencia, pues a decir de algunos diputados del mismo Partido de la Revolución Democrática, la propuesta no ha tenido una defensa ni siquiera por los diputados de la bancada perredista, por lo que fácilmente, en esta coyuntura se está permitiendo que se abra el debate sobre el “derecho a la vida del no nacido”, que es parte de la agenda de la Iglesia católica en México y toda América Latina.
En fin, Ratzinger no viene por motivos de fe, ni de acercamiento con quienes sufren, ni con las víctimas de abuso sexual por parte de Marcial Maciel y decenas de sacerdotes de su iglesia. Viene a hacer política de alto nivel, valiéndose de la fe y del símbolo de su ostentosa sotana, que seduce a políticos ansiosos de legitimidad, y que atrae poderosamente a una sociedad carente de líderes.
Será lamentable ver a Felipe Calderón junto a la clase política mexicana, cómo se desvive por agradar al líder religioso y a sus ministros, antes que atender los asuntos del Estado, del México real, del México desangrado, del México adolorido por la violencia y por la discriminación; misma que tiene al país dividido y que se traduce en exclusión social, en enfermedad, en explotación laboral y criminalidad, sea de cuello blanco o la que ejecuta la delincuencia organizada.
*Periodista independiente