Esa noche dormías mientras yo te acariciaba.
Recorría con mi lengua tus litorales.
Me paseaba por tus curvas con regreso.
Mi lengua vagaba gustosa sobre tu piel.
No sé si en realidad dormías.
O solo fingías hacerlo.
Pero cuando llegaba a tu sexo, de inmediato se humedecía y me bañaba en él. Tus labios se abrían en flor para ofrecer su néctar.
Esa humedad que baja de tu vientre y sale silenciosa y transparente. Esa humedad que me recibe adentro, con entradas y salidas que erecta mi parte vulnerable.
Mientras te acomodaba para mi, colocaba pedazos de la luna en tu espalda para que siguieras con tu sueño. Y una almohada debajo de tu vientre para deleitarme con tus nalgas redondas.
Mi polla excitada levantaba vuelo al contemplar la escena. Mojada se metió en ti. Y ahí disfrutó de tus delicias y ansias locas de tenerla dentro.
Sabía que te gustaba. Sabía perfectamente que tocaba más adentro de tu ser. Jugaba con ella, porque también mi lengua quería tenerte. Y probar esas mezclas que salían de ambos.
Succionaba tu clítoris una y otra vez, hasta hacerte venir muchas veces. Y así en la misma posición te la dejaba ir toda. Para que dentro de tus sueños disfrutaras de esa cogida que te daba.
Sí, puedo jurar que fingías dormir, porque tus movimientos te delataban, pero yo te dejaba. Me excitaba pensar que estabas recién muerta y que yo, me daba gusto al penetrarte.
Comencé a pegarte con mi polla en las nalgas. Una y otra vez la sacudí en ti hasta venirme. Lanzando mis fluidos lechosos sobre tu espalda.
Al verte tan abierta con el culo al aire, puedo jurara que tu vulva latía, como si reclamara mi leche.
Sabes ponerme loco.
Logras que mi lengua te recorra infinidad de veces.
Permites que una y otra vez, juntemos al sol con la luna y disfrutemos del apareo de los astros.