22-11-2024 03:26:25 AM

El último lector

critico23

El último lector

David Toscana

Editorial: Mondadori

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Hay algo inconfundible en el buen escritor y es esa capacidad para retener nuestra atención a través de una voz bien aplomada, que sabe conducirnos al ritmo que él marca por un mundo que le es propio. Y eso ocurre con David Toscana que en El último lector ofrece una novela muy hábil, un puntito tramposa, una invitación a disfrutar de nuestra falta de inocencia, como lectores empedernidos que somos.

Quizá porque México celebra como lo hace el Día de Difuntos, en una explosión de color y surrealismo, la muerte no es aquí un asunto siniestro. Hay un eco potente de Pedro Páramo, pero antes de que cunda la decepción con la sospecha de un pastiche que refríe la mejor novela nacional, Toscana ya nos ha atrapado con un tono de voz, con una manera de subvertir el “realismo mágico” para convertirlo en una reflexión sobre las fronteras de la ficción, de lo real.

Lucio, el bibliotecario que se muere de hambre, está condenando los libros que a su juicio faltan a la verdad del arte, esos libros fatuos en que el autor antepone su ego a las exigencias de la trama, llenos de personajes pretenciosos o que distraen la atención con sentimentalismos banales. Tiene tanto leído que sabe todo lo que puede pasar, así que cuando su hijo Remigio le habla de la niña, cuando la viuda de Monterrey aparece para buscar a su hija, cuando llegan los policías rurales, él ya sabe qué lógica les rige, qué fantasías y, por eso, qué destino les aguarda. Sabe del destino trágico que encierra un nombre como el del aguador, Melquisedec.

Toscana se aplica en descomponer las estructuras típicas de la narración y arranca con el cuerpo muerto de una niña para <hablar de gente sin tarjeta de presentación>. Pero no escribe un thriller: no va a llegar un detective a resolver nada, ni se va a desvelar por qué cayó la niña en el pozo, porque, ya se sabe, <en las novelas las niñas se hicieron para desearse, ultrajarse o asesinarse>, algo que sabe muy bien García Márquez (pero no muchos lectores y críticos que se creen perspicaces). De lo que él habla, a fin de cuentas, es de México.

El último lector es una novela que aborda además un tema que empieza a ser frecuente en los últimos años: el de la impostura en literatura, a qué se puede llamar arte literario sin mentir. Es ya un género en sí mismo, que acometen autores como Ramón Buenaventura, Mañas, Paul Auster o la croata D. Urgresic, que antes que ellos ya trataron Clarice Lispector y Cervantes. Los libros dentro del libro, sí, y cómo se cuenta algo, pero donde lo que absorbe nuestro interés es la verdad de los personajes: esas voces creíbles, esos detalles sobre una piel rugosa, esas noches sin compañía compartidas con fantasmas. Esa atmósfera surrealista y envolvente que nos deja pasar por alto que también estamos leyendo una habilidosa lección de “escritura creativa” para aprendices de escritor.

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