El régimen federalista fue copiado por los constituyentes de 1821-1824 de las emancipadas colonias inglesas de América. Fue la primera revolución mundial la de los colonos ingleses contra la realeza, la nobleza, el alto sacerdocio y el ejército cuya oficialidad pertenecía naturalmente a los grandes estamentos sociales. Inventan al primer presidente de la República Federalista, y hacen constancia de lo encargado a la federación y a los estados.
Desde el principio de sus tiempos los padres fundadores (Madison, Haig, Hamilton, Payne, Jefferson, entre algunos) consolidan la idea que el ejecutivo federal debe tener no sólo un contra peso para sus decisiones, sino que también debe ser permanentemente evaluado, calificado, o detenido en sus innobles acciones.
Esta medida de gran productividad social (eficacia más eficiencia), les ha dado los resultados que le han permitido al vecino país del norte (ahora en el campo bélico), seguir dominando el planeta entero, entendiendo por dominio el dictado de sus intereses a todos los países del mundo.
Gracias a este contra peso, todos los encargos administrativos sin excepción del gobierno federal, están sujetos al escrutinio del poder legislativo.
Los congresistas convertidos en jurados; por comisiones interrogan, exigen, presionan o intimidan a los recomendados del presidente de los E.E. U.U.
Aspirantes a secretarías, subsecretarías, direcciones, embajadas, cuerpos desconcentrados o encargos prebendados, el Congreso General los aprueba a los rechaza.
Nosotros podemos recurrir a las Actas Constitucionales 1821-1824, para enterarnos que copiamos el federalismo que entendimos de la experiencia estadounidense, pero copia fiel no fue, y le imprimimos bajo ese constituyente dominado por el sacerdocio la verticalidad del mando: “Dios es todo”, el ser humano no es nada. El huey regional (y existían decenas de miles en el momento de la conquista española), están dominados por el Huey Tlatoani. El rey o el Emperador mandan a todos donde se encuentren.
El virrey manda también como todos los anteriores sin consultar, toda vez que no tiene pares entre la población, sino súbditos que deben acatar el mandato.
Bajo lo anterior el presidente de la República que encarna la titularidad del poder ejecutivo, en México no tiene hasta ahora ningún contra peso, a no ser las débiles quejas o lamentos de algunos líderes congresistas (que no parlamentarios, pues México no está organizado hasta ahora bajo la República parlamentaria), los cuales son acallados o negociados sus ayes lastimeros con prebendas partidarias o administrativas.
Lo ideal para empezar a incorporarnos al futuro de este siglo, sería que a la Reforma Política Presidencial propuesta, por el señor licenciado Felipe Calderón Hinojosa, se le agregará un contrapeso archi probado en los países desarrollados.