El 25 de mayo del 2011, Rosario Castellanos cumpliría 86 años.
Tenía solo 49 años cuando murió en Israel cumpliendo una misión diplomática como embajadora de México.
Su muerte temprana no le impidió el construir el gran legado que representa su obra narrativa y poética reconocida con numerosos premios; incluso, para muchos de sus colegas contribuyó a abrir camino a lo que después fue considerado como el boom de la literatura hispanoamericana.
Tuvo una formación académica muy sólida siendo una de las primeras mujeres mexicanas que tuvo acceso a la educación superior institucionalizada; y una gran inteligencia “Escribía para que las mujeres viéramos reflejadas nuestras posibilidades de vida, para que estuviéramos conscientes de que podíamos intentar otros caminos que no fueran la soltería ominosa, ni un matrimonio apresurado, ni una soledad mortal”.
Se adentró también en el difícil camino de la desmitificación de la mujer, puso de manifiesto la otra cara de la moneda, al exponer no el lado amable de la maternidad, de la abnegación, del sometimiento, de la ignorancia, de la pobreza, del engaño, sino la cosificación de la mujer, la marginación, la no dignidad, que la autora extrae de su propia experiencia, y que veía repetirse una y otra vez, de generación en generación. (Rosario Castellanos: ser por la palabra, 2006).
En un artículo periodístico “Génesis de una embajadora” (1974) habla de sus múltiples nacimientos refiere que “a los 10 años estaba perfectamente instalada en la poesía”
En la adolescencia buscó otro nacimiento: “después de las consabidas crisis fisiológicas, vocacionales y emotivas, volví a nacer. Igual de poetisa que antes, sólo que ahora un poquito menos flaca y con el cabello trenzable, aunque con una miopía digna de un lector más asiduo que el que entonces ya era”.
Siguió el tiempo en la Facultad de Filosofía y Letras, pero el siguiente renacimiento ocurrió al ir a trabajar con los indios de Chiapas. Luego, dice en su estilo irónico, para cumplir con las exigencias de la sociedad, a quienes aspiran al rol de esposa: “Me quité los moños, me puse lentes de contacto, me compré una colección de vestidos nuevos.
En fin, tomé todas las providencias que toman los animales cuando se trata de perpetuar la especie… al dar a luz a Gabriel, me di a luz a mí misma como madre…” “Y de pronto otra encarnación: encargada de una oficina burocrática de la Universidad bajo el rectorado del doctor Chávez”.
Y agrega. “Yo reencarné como maestra de literatura en el extranjero y luego en México. Al principio no le atinaba, pero acabé por darle el golpe”. “Y de pronto ¡zas! Que me nombran embajadora. Otro oficio, otros horizontes, una vida nueva. Yo acepté porque –como decía antes- me encanta estar naciendo”. Mujer que sabe latín…, (1995: 20), las siguientes ideas que muestran una perspectiva alentadora. “Con una fuerza a la que no doblega ninguna coerción; con una terquedad a la que no convence ningún alegato; con una persistencia que no disminuye ante ningún fracaso, la mujer rompe los modelos que la sociedad le propone y le impone para alcanzar su imagen auténtica y consumarse -y consumirse- en ella.”
Ella era Rosario Castellanos y este es solo un ejemplo de su ser poético:
EN EL UMBRAL
No, no es la solución
tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoi
ni apurar el arsénico de Madame Bovary
ni aguardar en los páramos de Ávila la visita
del ángel con venablo
antes de liarse el manto a la cabeza
y comenzar a actuar.
Ni concluir las leyes geométricas, contando
las vigas de la celda de castigo
como lo hizo sor Juana. No es la solución
escribir, mientras llegan las visitas,
en la sala de estar de la familia Austen
ni encerrarse en el ático
de alguna residencia de Nueva Inglaterra
y soñar, con la Biblia de los Dickinson,
debajo de una almohada de soltera.
Debe haber otro modo que no se llame Safo
ni Messalina ni María Egipciaca
ni Magdalena ni Clemencia Isaura.
Otro modo de ser humano y libre. Otro modo de ser.