Dirigente del Movimiento Antorchista Nacional
El lunes 28 de abril escuché un discurso del Presidente de la República en el que anunciaba un nuevo programa de gobierno contra la pobreza y la desigualdad que, como se sabe, alcanzan en nuestro país dimensiones alarmantes.
Me llamó la atención, en particular, que para defender su iniciativa, el Primer Mandatario hubiera echado mano de la vieja y sobada cantinela contra el “populismo” y el “paternalismo” del pasado reciente, alegando que el programa que anunciaba evita cuidadosamente caer en esos vicios y va al fondo, a las verdaderas causas económico-estructurales de la pobreza, con el claro propósito de combatirla en serio y erradicarla de una vez por todas.
Es un hecho bien establecido que las medidas gubernamentales de ayuda directa a los pobres son la pesadilla de las clases privilegiadas, de los acaparadores de la riqueza social, y que son precisamente sus voceros los que inventaron y pusieron en circulación esos términos peyorativos y condenatorios de “populismo” y “paternalismo”, para referirse a ellas. La razón de la fobia contra cualquier intento de paliar, en forma rápida y expedita, el hambre de los desamparados, se funda en dos argumentos facilones y superficiales (esencialmente falsos, por tanto) que ellos manejan como algo irrebatible.
El primero afirma que se trata de gente floja, holgazana, conformista y carente de verdadera ambición para salir de su indigencia y de su marginación social. El otro afirma que quienes idearon en el pasado ese tipo de programas, eran políticos ambiciosos e irresponsables que buscaban, por ese camino, la adhesión y el voto “clientelar” de los beneficiados con sus medidas, para alcanzar y mantenerse perpetuamente en la silla del poder.
Por eso concluyen que un gobierno “serio”, que verdaderamente piense en el progreso del país y no sólo en sus intereses personales, no puede ni debe seguir alimentando, con el erario nacional, a una partida de haraganes indolentes e improductivos, ni puede seguir empeñando el futuro al rehuir medidas drásticas y dolorosas, “pero necesarias”, para garantizar y acelerar el desarrollo económico y la prosperidad de la nación (a la que identifican, por supuesto, con sus respectivos negocios). ¡Guerra a muerte, pues, contra el “populismo” y el “paternalismo”!
Pero, repito, ambos argumentos son esencialmente falsos. Es una gran calumnia, en primer lugar, que los pobres y necesitados lo sean por negarse a trabajar o por falta de un verdadero deseo de salir de su pobreza, de vivir mejor. ¿Quién, si no ellos, son los que crean la riqueza nacional cuando se les da la oportunidad de hacerlo? La verdad es que si esa gente, esa gran masa potencialmente creadora de riqueza no trabaja, es, simple y sencillamente, porque no hay dónde hacerlo, porque no hay empleo para ella y, al mismo tiempo, porque carece hasta de las más elementales herramientas y del capital suficiente, por mínimo que se le suponga, para generar su propio empleo, para “autoemplearse”, como dicen los apóstoles del nuevo evangelio del “capitalismo democrático”. Y si han caído algunos de ellos en la apatía y en la desesperanza, ello es consecuencia de que, a pesar de haberlo intentado una y otra vez, han fracasado siempre, sus esfuerzos han resultado siempre inútiles. Así que las prédicas con que los verdaderos holgazanes invitan a los pobres a trabajar y a luchar por salir adelante, en vez de esperarlo todo de “papá gobierno”, son absolutamente ridículas, superfluas, y están irremisiblemente condenadas al fracaso.
El pueblo no necesita predicadores del evangelio del esfuerzo y del trabajo que ellos mismos no practican, sino empleo suficiente y un salario remunerador, que ellos sabrán devolver con creces mediante su abnegado esfuerzo cotidiano.
En segundo lugar, es falso también que las medidas “paternalistas” del pasado hayan salido, única y exclusivamente, del interés egoísta de algunos por alcanzar y retener el poder. No hay por qué negar, evidentemente, que algo hubo y hay de eso; pero la verdad completa es que esos políticos, esos gobernantes “del pasado”, supieron ver claramente la disyuntiva: o resolvían la cuestión de fondo haciendo crecer la economía (y por tanto los empleos, los salarios y los servicios básicos como alimentación, salud y educación), o recurrían a paliativos de emergencia, a medidas de corte “asistencialista” que, ciertamente, no atacan la raíz del problema pero sí sirven para bajar de inmediato la presión a la caldera social.
Y con un realismo digno de aplauso, reconociendo que curar el mal de fondo requiere mucho dinero, tiempo y cambios políticos cuyo costo no es fácil pagar, se plegaron a la realidad y recurrieron al “paternalismo” para garantizar la paz y la estabilidad sociales.
De acuerdo con esto, el Presidente Calderón dice verdad cuando, al anunciar su programa contra la pobreza, descalifica al “populismo” y al “paternalismo” por el carácter limitado y temporal de sus efectos y resultados. Sin embargo, es obvio que cuando afirma que su iniciativa atacará y resolverá de raíz la pobreza y la marginación de muchos millones de mexicanos, peca de optimismo o hay una clarísima subvaloración del problema.
Definitivamente, si se parte de un conocimiento profundo e integral del mismo, resulta imposible creer que con un solo programa de gobierno, por bien pensado, planeado y ejecutado que esté, se puede acabar de raíz con la miseria de más de la mitad de los mexicanos. Se requiere, por el contrario, que toda, pero absolutamente toda la política del gobierno, incluida en primer lugar su política económica, se reoriente, se modifique, se transforme de modo tal que, al aplicar la nueva versión, se produzca un auténtico renacer de la nación, que de ella nazca un México nuevo, más educado, emprendedor y productivo pero, al mismo tiempo, más equitativo, con más justicia (social y de la otra), con menos corrupción, con un gasto social masivamente orientado a la alimentación, la vivienda, la educación y la salud del pueblo trabajador y, finalmente, con más y mejores empleos y más y mejores salarios para todos.
No es fácil ¿verdad? Pues justamente por eso, en el “pasado”, nacieron las políticas “populistas” y “paternalistas”. ¿Ya llegó la hora de enterrarlas? Eso es algo que todavía habrá que ver.