Por Alejandro Mondragón
Expertos en inteligencia y espionaje miran con demasiada preocupación la postura de Donald Trump respecto al crimen organizado, lanzar una guerra frontal por considerar a cárteles mexicanos organizaciones criminales.
Evidentemente lo son, pero una guerra al crimen organizado ya se vivió, pero sólo fue una pantalla para regular el mercado de la droga, utilizando las instituciones oficiales para tal efecto (realizando directorios para favorecer a un cártel, específicamente) mientras se maquillaban las cifras de muertos y desaparecidos (los cuales entre delincuentes, militares, policías, agentes de inteligencia y población civil hubo más de 300 mil afectados).
Ahora imagine usted una guerra a mucho mayor escala, pues el ejército norteamericano está mucho mejor equipado. Los efectos colaterales serán mucho peores.
Primero, porque implicaría la afectación a la Soberanía Nacional (aunque honestamente las operaciones con agentes norteamericanos en pueblo mexicano datan de muchísimos años atrás; también habría que recordar a Kiki Camarena y cómo entre la Dirección Federal de Seguridad y la CIA lo apresaron, torturaron y mataron).
Segundo, porque hay dos aspectos que no ve o no quiere ver, o los ve y no le importan a Donald Trump:
– El problema principal del crimen organizado es la demanda. Mientras los ciudadanos norteamericanos sigan consumiendo la droga, ésta pasará por aire, mar, tierra o subterráneamente, en sofisticados artilugios o en personas (mulas). Mientras este tema sea abordado principalmente como de seguridad y no de salud pública, la horda de adictos será (como lo es ahora mismo) creciente y sostenida.
– Los cárteles mexicanos operan de una forma que ni en los peores excesos de cualquier guerra se ha visto. Equipados con artilugios y armas de alta gama, capacitados por auténticos mercenarios, cuentan con otro tipo de dimensión que conlleva ritos, sacrificios, torturas cuasi medievales así como la capacitación heredada por los Zetas originales (entrenados en Estados Unidos, por cierto).
Retomar la malograda guerra al crimen organizado por el ex Presidente Felipe Calderón, es más preocupante que políticos de la oposición busquen abanderar dicha postura del presidente norteamericano, tachando a México como un narco país, cuando entre 2000 y 2012 se sentaron las bases para que la nación entera se introdujera en la vorágine de violencia que claramente favoreció a un sólo cártel.
Si bien el tráfico de drogas ha existido desde hace décadas, lo cierto es que no sólo el flujo de tráfico se incrementó en los dos sexenios mencionados sino que se diversificaron las actividades de las organizaciones criminales: tráfico de personas, tráfico de órganos, secuestros, secuestro exprés, extorsiones, pago de piso, juegos, prostitución, reclutamiento forzados para entrenamientos en tortura, esclavitud y anexas.
En conclusión: ¿qué cambió en nuestro país con la guerra al crimen organizado?
No se puede ver ya la realidad de forma superficial. Se detuvieron o abatieron a cabezas de cárteles, pero la estructura no se acabó; por el contrario, se diversificó, ramificó y descontroló incluso para el gobierno, elevando los niveles de violencia pero el flujo de droga no disminuyó, incluso el precio de los enervantes se incrementó y todo resultó un negocio redondo.