Las personas adultas mayores, representan experiencia y conocimiento, es por ello que al vincularse con jóvenes se contribuye en gran medida en el desarrollo de una sociedad.
El valor que tiene este sector de población, es incalculable; cada uno de sus integrantes representa una historia, por ende una vida; la que han desarrollado a base de esfuerzo, trabajo, preocupaciones, alegrías, tristezas, pero sobre todo con valor y amor a la propia vida.
Paradójicamente, también representan a uno de los grupos más desprotegidos; no todos ni todas tienen un nivel de vida elemental, entendiéndose por esto, que tengan por lo menos lo necesario para poder vivir bajo un techo, con alimento, servicio médico, medicamentos, cuidado de sus familiares, pero sobre todo, ser tratados como lo seres humanos que son.
Ante tales carencias que en ocasiones son tan evidentes, a la mayoría de población nos da temor tener más de 60 años de edad, sabemos que las oportunidades laborales y por ende económicas y de desarrollo se van aminorando; sin embargo, se incrementan los padecimientos físicos, por tanto se aumenta el gasto en los servicios, cuidados y atenciones que las personas adultas mayores requieren.
Sabemos que el envejecimiento es un proceso paulatino y natural que conlleva a diversas discapacidades como sordera, pérdida de memoria a largo y corto plazo, dolores de articulaciones, de rodillas o de piernas, solo por mencionar algunos que pueden representar los más comunes, sin mencionar las enfermedades crónico-degenerativas, las cuales requieren de supervisión por un familiar, medicamentos, estudios, y gastos médicos; esta situación que padecen en su mayoría las y los adultos mayores, también desencadena problemas de violencia familiar que pueden estar sufriendo por parte de la gente que les rodea, pueden ser desde el aislamiento, el ignorarlos/as, los castigos que pueden consistir en dejarlos sin comer por haber hecho sus necesidades en la ropa y sin avisar, cobrar el dinero de su pensión y quitárselos, chantajes, amenazas, explotación, mendicidad, o bien golpes de cualquier índole; en este sentido, aclaro que el maltrato se puede dar por acción (hacer) o bien por omisión (dejar de hacer) y ambos son castigados por la legislación.
Como es de observarse, el trabajo por hacer es mucho, no solo consiste en la creación de políticas públicas, claras y encaminadas de acuerdo al tipo de vida y necesidades que tienen los/las adultos/as mayores de acuerdo a su población, en donde resulten ser benéficas, con propósitos bien encaminados y cuyo beneficio sea evidente, también nos corresponde a nosotros como sociedad el hacer lo que nos compete tanto en nuestra familia, a través del buen trato y respeto hacia ellos, como en el exterior, es decir en la vía pública, en donde respetemos las reglas de validad y urbanidad, pero sobre todo, fomentar en la niñez y juventud el respeto irrestricto que deben tener hacia las personas adultas mayores.
Ellos y ellas tienen el derecho humano de gozar de una vida digna, de usar sus propiedades sin limitación alguna y disponer de ellas, es decir, que hagan valer su voluntad de decidir a quién se las van a heredar o donar, sin que su decisión esté sujeta a chantajes o amenazas por parte de hijos/as o cualquier otro familiar.
El objetivo probablemente sea ambicioso, pero las personas adultas mayores, realmente merecen vivir con dignidad.
*Responsable del Programa de Atención a Personas Adultas Mayores de la Comisión de Derechos Humanos del Estado de Puebla.