Por Alejandro Mondragón
La injerencia presidencial en la campaña electoral, con sus iniciativas en pensión, salario mínimo, judicial y electoral, lo sitúa en el imaginario colectivo de seguir presente en la boleta electoral.
En política, lo que parece es. Y se infiere que algo no terminaba de cuadrar a Andrés Manuel López Obrador con eso de vender que la elección presidencial y en las 9 gubernaturas era cosa juzgada.
La ola de encuestas que favorecen a Claudia Sheinbaum y a sus cartas a las 9 magistraturas locales no alcanza a subir a las fórmulas al Senado y legisladores federales y locales.
López Obrador se mete a la elección con sus reformas legales, pero sabe bien que tampoco tiene la mayoría legislativa para aprobarlas, menos en plena campaña electoral, pero sí para exhibir a opositores que van por los congresos.
¿Quién en su sano juicio electoral votaría en contra de las pensiones de 100 por ciento?
¿Quién se negaría a la desaparición de plurinominales?
¿O quién se opondría a legislar que el salario mínimo nunca más quede debajo de la inflación?
Absolutamente nadie. Ésta es la trampa de la Cuarta Transformación que requiere para subir electoralmente a sus candidatos/as al Senado, y diputaciones federales y locales, congresos por donde pasará la aprobación de las reformas.
La línea discursiva está en marcha y aunque perfiles morenistas resulten impresentables, con la defensa a las reformas del presidente se subirán al carro completo.
La narrativa luce, en el papel, desventajosa para la oposición, pues se suma o se hunde. Cualquier escenario es terrible.
Lo cierto es que la diferencia de ventajas en encuestas entre las cartas presidenciales y a las gubernaturas con todas las demás será cubierta con las reformas que López Obrador presentará el 5 de febrero, aniversario de la Constitución.
Cómo van a extrañar los morenistas y rémoras de la 4T a este animal político que todo resuelve.