Por Valentín Varillas
Como estrategia de control político absoluto en Puebla, Rafael Moreno Valle no infiltraba candidatos a través de pactos cortoplacistas con partidos de supuesta oposición.
Él los volvía absolutamente dependientes, ya sea de su dinero, o bien de su tranquilidad.
Estaba en juego la propia libertad de quienes llevaban las riendas de estos institutos políticos.
Por las buenas bien, por las malas mejor.
Ese era el mensaje.
Y nada fallaba.
A diferencia del papelazo de la 4T con Samuel García, aquí sí no se dejaba un solo cabo suelto.
Y es que, el mandatario poblano no controlaba únicamente a los partidos que iban oficialmente en alianza con el suyo.
Inventos sexenales como Nueva Alianza, PSI, Compromiso por Puebla y otros bizarros parásitos de las prerrogativas que jamás aportaron nada realmente importante al juego democrático nacional o local.
Otros más, desde fuera, operaban en función de sus intereses electorales.
De entrada, el propio PRI.
Comprando a dirigentes, operadores, seccionales y hasta candidatos, el tricolor fue sin duda un aliado importante para el morenovallismo.
En Puebla y a nivel federal.
Las magníficas relaciones que tenía con Enrique Peña Nieto y el resto de la columna vertebral de aquel gobierno federal, anulaba la posibilidad de que en Puebla, a diferencia de lo que sucedía en el resto del país, se operara electoralmente a favor de los candidatos del tricolor.
Algo similar se hizo con el PRD, partido al que infiltró Moreno Valle a través de Luis Maldonado, uno de sus incondicionales.
Buscaba la conformación de una gran alianza de partidos que lo perfilara para la presidencial del 2018.
En Puebla, el perredismo ya tenía una vieja tradición de haber servido a los mandatarios priistas en distintos procesos electorales locales, en donde presentaban candidatos que en nada representaban a la ideología que supuestamente defiende el partido.
En la práctica, sirvieron únicamente para dividir el voto anti-priista.
Los perredistas eran quienes salían sistemáticamente a golpear a los abanderados del blanquiazul, haciéndole el trabajo sucio a los entonces candidatos oficiales.
Mario Marín también infiltró a sus “opositores” en las horas más oscuras de su administración..
Los líderes del entonces PRD poblano jugaron un papel vergonzoso en pleno escándalo Lydia Cacho.
Contuvieron a los grupos de izquierda para impedir movilizaciones violentas que pusieran en riesgo la gobernabilidad del estado y la permanencia del priista como gobernador.
Es más, diputados federales como René Arce Islas y Miguel Ángel García, se ausentaron de la sesión de la subcomisión de la Cámara de Diputados en donde se votaría el dictamen de proceso de juicio político en contra del poblano, dejando al PRI y al PVEM como aplastante mayoría que echó para atrás la propuesta.
Ya lo ve, nada nuevo.
Quién esté libre de pactos inconfesables al amparo del poder, que arroje la primera solicitud de cancelación de registro.
No hay que espantarse.
Aunque no debería de ser, la verdad es que así ha sido y será el comportamiento de quienes, ante la imposibilidad real de ganar elecciones, hacen los amarres necesarios para mantener los privilegios.
Al final, no hay que olvidar que la política actual se opera bajo la lógica de los negocios, no de los principios.
Tomen su ideología.
Provecho.