Por Alejandro Mondragón
Conforme avanzaba la campaña de promoción de Ignacio Mier Velazco para convertirse en el coordinador de la 4T en Puebla, se construía una narrativa que, por lo visto, se impuso.
“Es el único de los siete que no garantiza la unidad en Morena…”
“Buena parte de la estructura local, legado barbosista, no estaría dispuesta a votar por él…”
La línea discursiva llegó el 9 de noviembre al despacho presidencial.
Nacho Mier fue perseguido del barbosismo, a la muerte de Luis Miguel, el grupo del diputado federal con Adán Augusto López, entonces secretario de Gobernación, operaron para que uno de los suyos llegara a la gubernatura, no Sergio Salomón, como finalmente ocurrió.
En la contienda por la Presidencia, Mier y su grupo apoyaron abiertamente a Adán Augusto, quien por un lado recibió el respaldo, pero por el otro, con su aliado Fernando Padilla, jugó con Alejandro Armenta.
A Claudia Sheinbaum la respaldó ya que había ganado la contienda nacional. Eso también tiene otro valor político.
Quizá le faltó trabajar más el ámbito local, menos en la nacional.
Presentarse como cercanísimo a Andrés Manuel López Obrador, en tiempos en que el mandatario se asume como demócrata y defensor de la paridad de género: aleja, no acerca.
El resultado final refleja que eso de Todos Unidos contra Mier no era más que la reedición de AMLO sí, Barbosa no del año 2018.
Lo cierto es que hoy Mier, en su reconocimiento al ganador Alejandro Armenta y la jefatura política en Puebla hoy del gobernador Sergio Salomón, tiene garantizado su arribo al Senado.
Va en la primera fórmula, la cual lo sitúa en un escenario de derrota de Morena, como primera minoría a la cámara alta del Congreso de la Unión.
La política también es una tómbola.
