Por Valentín Varillas
Un elemento fundamental para que continuara sin sobresaltos el amarre hecho en su momento por el presidente Enrique Peña Nieto, con su inminente sucesor, Andrés Manuel López Obrador, era que Alejandro Moreno llegara como líder del PRI al proceso electoral del 2024.
Y por lo mismo, que en las elecciones de Coahuila y el Estado de México, lo acordado en la mesa se cumpliera a cabalidad: el primero para el tricolor.
El otro, la auténtica joya de la corona; la entidad federativa que más votos aporta al padrón nacional, para Morena.
Y en esa lógica se mueven.
Un candidato como Armando Guadiana, que no transita en el ánimo del presidente, al que –más allá de lo mediático- en términos de la operación electoral real lo han dejado solo, es un perfil ideal para el sacrificio político.
Por eso lo dejaron pasar.
Ya le darán en su momento su premio de consolación.
Tal vez ya se lo esté cobrando a través del inevitable saqueo de recursos que originalmente son presupuestados para financiar las campañas.
En la cuna del grupo Atlacomulco, todo marcha sobre ruedas para el oficialismo.
El principal promotor y operador de la campaña de Delfina Gómez, es el gobernador priista Alfredo Del Mazo.
No le queda de otra.
Va su libertad de por medio.
También la de aquella élite que gobernó de la mano de Peña el sexenio pasado.
Más allá de un par de personajes considerados como “prescindibles”, no ha habido un ajuste de cuentas real contra quienes formaron parte del verdadero círculo cercano al entonces presidente.
Y es que, Alejandro Moreno es hoy el verdadero, único y auténtico representante de los intereses del peñismo.
No Osorio Chong, con el que Enrique terminó peleado, después de que designó a José Antonio Meade como candidato en el 2018.
De que Alito cumpla la función que se le encomendó desde el período de la transición de poderes, dependen muchas cosas.
Lo han apretado desde el aparato público institucional, en momentos en donde el presidente ha tenido dudas del cumplimiento de los acuerdos.
Sin embargo, a partir de que las certezas dominan la relación, a Moreno Cárdenas ya no se le toca.
Atrás quedaron los señalamientos desde las mañaneras.
Olvidadas están las grabaciones que incluyen amarres, acuerdos y pactos inconfesables.
De todo tipo.
Adiós a los cateos y al seguimiento a las carpetas de investigación abiertas en su contra por irregularidades cometidas a su paso por el gobierno de Campeche.
Ya no hay nada, absolutamente nada.
Toda esa basura, apestosa, pero muy real, quedó en la congeladora.
Una vez resueltos los procesos de este año y que se den en los hechos los resultados acordados, la próxima tarea de Alito será terminar de dinamitar la famosa Alianza Opositora.
Esa que es sólo de membrete y que se sostiene hoy con auténticos alfileres.
Algo que ya se opera de facto en Puebla, sin que sea necesaria siquiera su directa intervención.
Los panistas lo saben de sobra.
Pero no rompen oficialmente para encarecer la inminente negociación a la que, al verse perdidos, por un tema de supervivencia política tendrán que amarrar.
Los despojos, les llaman en mi pueblo.
A eso le tiran.
Para eso les alcanza.
Eso es lo que realmente valen.
Y es que, de plano, no dan nada más.