Por Valentín Varillas
La política apela a las emociones, a los sentimientos.
Y por lo mismo: a la combinación de asociaciones mentales que detonan este tipo de reacciones en el imaginario del votante potencial.
Julio Huerta ha dejado claro que su proyecto político descansará en el recuerdo del ex gobernador de Puebla, Miguel Barbosa y en lo que valga electoralmente la jefa de gobierno de la capital, Claudia Sheinbaum.
Absorberá lo bueno y lo malo.
La suma y la resta de sus respectivas filias y fobias.
Nada nuevo si usted quiere; pero ayer domingo se dieron dos eventos que definen su derrotero en la búsqueda de la candidatura al gobierno del estado.
De forma contundente, clara, irremediable; pero sobre todo: irreversible.
No podrá haber marcha atrás.
El titular de Gobernación se asume ya como el representante único, formal y oficial de los intereses políticos de quien luce como la favorita del presidente López Obrador para sucederlo.
Ha esperado por semanas y seguirá esperando un poco más, que venga la unción presencial.
Esa que, en su óptica, le dará una ventaja competitiva definitiva en el proceso.
Su cálculo es simple: “si es Claudia, soy yo”.
El todo por el todo.
El pastel completo, entero, indivisible, para la designada por el único dedo capaz de decidirlo todo.
En su fórmula, no pesan los siempre necesarios y deseables equilibrios.
Aquellos que se consiguen a través de un muy completo y atractivo paquete de compensaciones para los “derrotados” y que permiten condiciones de estabilidad interna en el desarrollo de cualquier contienda electoral.
El viejo PRI ensayó esta estrategia de balance en aquellas décadas del régimen de partido único.
Hoy parecieran urgentes en la lógica como se mueven los distintos grupos que pertenecen al partido oficial.
Parte de la apuesta es la famosa “estructura”.
Ese ente etéreo que se vuelve real, auténtico y de peso, hasta que llega el momento de la definición del candidato.
Y ésta se va a sumar, sí o sí, a quien resulte el elegido.
Más allá de nombres, apellidos y de quién los perfiló para integrarse a ella.
Nadie traga lumbre.
Se trata de acomodarse en aras de la supervivencia política.
Lo mismo pasa con los presidentes municipales.
De diversos colores y partidos, que tienen la intención de repetir en el cargo y que están conscientes de que su única oportunidad pasa por acercarse a Morena y sus aliados.
Nada más.
La integración de ellos a un proyecto, con su consecuente aportación en la operación de obtención de votos, vendrá también hasta que haya candidato.
Y se van a sumar al que sea.
Se llame como se llame.
La definiciones acaban siendo, en términos de política real, un borrón y cuenta nueva.
Siempre.
Nada de lo que pasa antes importa en realidad.
Todos van a ir con el ganador.
Nadie tendrá los arrestos de rebelarse a la línea que se dicte desde Palacio Nacional.
Un suicidio al que no se atrevió siquiera una figura del peso político de Ricardo Monreal.
Ayer quedó claro también, que los herederos del grupo político de Miguel Barbosa van con Julio.
Más allá de obligaciones del ámbito familiar, en la ceremonia de develación y colocación del retrato del exgobernador en la Sala Gobernadores de Casa Aguayo, juran los asistentes que la relación entre Huerta y los deudos de su primo Miguel, ex colaboradores, amigos y demás asistentes, pasa por su mejor momento.
Echadas, pues, están las cartas.
Las bases del proyecto “Julista” serán Barbosa y Sheinbaum.
Habrá que ver para qué le alcanza.