23-11-2024 12:57:37 AM

La utopía

Por Jesús Manuel Hernández |

 

Una tendencia hasta cierto punto explicable pero quizá incomprensible para los urbanistas, paisajistas, ambientalistas y humanistas, se ha registrado desde hace algunos trienios que pretenden pasar a la historia con intervenciones sobre el área conocida hoy día como Paseo Bravo, en reconocimiento -dicen- al general Nicolás Bravo.

Tanto Hugo Leicht como Pedro Angel Palou abonaron en información sobre la zona. En 1754 se le conoció como “Plaza Parral” o la “Oaxaquilla”. En 1814 fue fusilado ahí el insurgente Migue Bravo sobrino de Nicolás Bravo, se erigió un monumento posteriormente retirado y entregado al Museo Militar de San Javier.

En 1840 a esa área se le llamó “Paseo Nuevo” para diferenciarlo del “Paseo Viejo”, junto a San Francisco. En 1864 con la presencia del frustrado imperio de Maximiliano el Paseo Nuevo fue intervenido y se le llamó “Paseo de la Emperatriz Eugenia” en memoria de la esposa de Napoleón III, la zona fue considerada muy atractiva para los paseos de las familias acomodadas de Puebla.

Después en 1870 se le designó como “Paseo Bravo” por Miguel; 26 años después en pleno porfirismo, se inaugura el monumento al genera Nicolás Bravo, quien había sido Presidente de México tres veces y su relación con Puebla se limitaba a una defensa del llamado “Departamento de Puebla” en 1847 luego de la invasión texana.

El Paseo Bravo fue intervenido varias veces el siglo pasado, de un área arbolada y jardinada se pasó a construir en un extremo la pista de patinaje, luego un espejo de agua con lanchitas, el zoológico, famoso por la presencia del león César que un grupo de juniors poblanos, algunos vivos y militantes de Morena, le dispararon en una madrugada de fiesta.

También hubo un serpentario y un Museo de Historia Natural. Una pista de educación vial infantil, y mucha gente acudía a tomarse fotos con los camarógrafos de antes con escenografías de caballos, paisajes, los volcanes, etcétera. Por esas épocas se introdujeron los “carritos” de hot dogs

En fin, el zoológico desapareció, el llamado acuario se convirtió en oficina municipal, los lavadores de autos empezaron a ser desplazados, se quiso imponer un orden comercial y empezaron las intervenciones.

A Blanca Alcalá le sobraba un dinerito, quizá de Banobras, que debía aplicarse antes de concluir el año y decidió invertirlo en el Paseo Bravo al que empezó a llamar como parte del “Corredor Bicentenario”, era el año de 2010.

Eduardo Rivera y Antonio Gali continuaron las intervenciones. Según portales informativos como E-Consulta, los últimos presidentes municipales han invertido como 60 millones de pesos en las “manitas de gato” a la zona.

¿Por qué volver a meterle dinero a la Juárez, al Jardín del Carmen y al Paseo Bravo, habiendo tantas necesidades, otros parques, otras plazas, asuntos prioritarios como rescatar uno de los 100 inmuebles históricos en riesgo de derrumbe del Centro Histórico?

Quizá la respuesta se encuentre en aquella reflexión de Blanca Alcalá en 2010 cuando le sugirieron invertir el dinero en obras diferentes y no en el Paseo Bravo. Simplemente dijo “yo invierto donde la gente lo vea”.

Y efectivamente, las obras, quizá puedan llamarse de relumbrón, ocuparon un espacio en el criterio de los políticos desplazando a los urbanistas.

Hace unos días Eduardo Rivera Pérez volvió a invertir en el Paseo Bravo, reacondicionó las fuentes, el alumbrado, bancas, etcétera.

 

Paréntesis para un anécdota:

La Ciudad de León, España se hermanó hace algunas décadas con la Ciudad de Puebla. Un historiador le contó a este reportero que en León había un santo muy venerado, que no era San Isidoro ni San Sebastián o San Froilán, el patrono de la ciudad, sino uno conocido como “San Genarín”.

Se trataba de un personaje de la ciudad dedicado a la compra venta de pieles de conejo, según una versión, o un raterillo, borrachín y mujeriego del Barrio Húmedo, según otra. El alcalde de León en enero de 1929 anunció la llegada de la modernidad a la ciudad con la adquisición de un camión recolector de basura, la gente lo felicitó.

Pero he aquí que el tal Genaro agarró la borrachera el 30 de marzo del mismo año, se fue caminando a un lado de la muralla y le dieron ganas de hacer sus necesidades fisiológicas y se quedó medio dormido, de tal forma que no escuchó al camión, fue atropellado y murió y el pueblo lo empezó a venerar como “San Genarín”.

 

El 8 de abril de este año, el Ayuntamiento de Puebla anunció haber culminado la llamada rehabilitación del Paseo Bravo, casi 17 millones de pesos se invirtieron. Autoridades, presidentes de cámaras, de restaurantes, hoteles y moteles, curiosos y público en general acudieron a ver las fuentes iluminadas de atractivos colores.

Al día siguiente el Padre José Merino, Rector del Santuario de Guadalupe recibió a un feligrés, de muchos años, se llama Genaro, lo visitaba casi a diario, escuchaba misa y a veces le dejaba a guardar su silla y su cajón, se dedicaba a bolear zapatos, y por varias décadas estuvo instalado en el Paseo Bravo, del lado de la Avenida Reforma, frente al monumento a Juan de Palafox, pero desde la semana pasada ya no está. Un funcionario menor del Ayuntamiento le prohibió instalarse bajo el argumento de que “afea el lugar” recién rehabilitado.

Curiosa reflexión, este 16 de abril la Ciudad de Puebla cumplió 492 años de haber sido fundada como un ensayo, un proyecto llamado utópico, que intentó proteger a los indios del abuso de los conquistadores y de los nuevos colonizadores españoles… Don Genaro, el aseador de calzado, sigue soñando con la utopía.

O por lo menos, así me lo parece.

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