Por Alejandro Mondragón
La Cuarta Transformación se definió ya como un movimiento de masas desde el poder.
Es decir, la movilización del pueblo para conservar el modelo “humanista” que llamó el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Peeeero con un adversario muy claro: los conservadores, la derecha, los aspiracionistas y demás grupos que pretenden la restauración de la República Neoliberal.
Un cierre de sexenio que se avecina, entonces, muy polarizado, estridente, en el que ningún espacio de poder se dejará a nadie. Todo está en disputa.
La marcha del millón de personas que encabezó López Obrador dejó en claro sus afectos. No los ocultó, ni quiso hacerlo.
A nadie negó selfie, ni saludo. Sin embargo, fue más afectuoso con unos. Al gobernador de Puebla, Luis Miguel Barbosa, le agradeció su presencia; a la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, la llevó de compañía en todo el trayecto, mientras el secretario de Gobernación, Adán Augusto López siempre, detrás, para cuidarle las espaldas.
La fotografía del poder en medio de la política de masas.
La narrativa está planteada por la Cuatroté: la ideología por encima de los intereses. Las ideas a favor del pueblo pobre contra el grito del PRI, PAN y PRD “estaríamos mejor con la corrupción”.
López Obrador constató que su base político-electoral se mantiene por encima de las expectativas, pero lo más claro fue el mensaje: en la calle también están derrotados.