23-11-2024 04:47:03 PM

El desacuerdo de nunca acabar

Senador de la República

Más que nunca, estamos ahora convencidos de que el sistema político mexicano llegó a su fin. Después de todo lo que hemos observado en los últimos días, queda claro el extravío de la clase política frente a la necesidad de cumplir sus objetivos.
Lo anterior coincide con diversos episodios históricos que ha tenido la Nación, prácticamente desde los albores de la independencia, sin arribar en un principio al  acuerdo en relación al régimen de gobierno, circunstancia que fue producto de largos debates y luchas intestinas.

Considero que es preciso escudriñar el pasado para estar en posibilidad de delinear el futuro, para no tropezarnos con la misma piedra.
Cuando los mexicanos creyeron que ya existía un arreglo institucional al aprobarse la Constitución de 1857 -por cierto, casi en su totalidad obra del potosino Ponciano Arriaga y que para su época era de avanzada al grado tal que aún conservamos en el texto de la carta magna  algunos de sus principios originales- hubo broncas y se impulsó un régimen monárquico con Maximiliano de Habsburgo; de ahí esa poesía de don Ignacio Montes de Oca y Obregón, conocido el señor obispo bajo el seudónimo literario de Ipandro Acaico, que en uno de sus párrafos expresaba:

?Desventurada raza mexicana,
que obedecer no quieres
y gobernar no sabes?.

El mandato del presidente Juárez tuvo 14 años sin elecciones; aunque de hecho hubo un prolongado periodo en el que el gobierno fue meramente simbólico ?de 1862 a 1867; cuando Maximiliano, junto con sus generales Tomás Mejía y Miguel Miramón, fueron ejecutados en el Cerro de las Campanas, en Querétaro-.

Durante todo esos años la estructura jurídica se carcomió, la instituciones republicanas eran un mero fantasma que viajaba tras el carruaje de Juárez y las ideas seguían desplumándose en una verdadera pelea de gallos entre liberales y conservadores. México, en resumen, existía solamente como un concepto.  

De estos catorce años de juarismo acotado por la discordia y los desencuentros, la falta de acuerdos y el sobresalto de las imposiciones extranjeras, nuestro país se dirigió a la dictadura de Porfirio Díaz, quien gobernó en su primer periodo para verse interrumpido por la elección simulada de Manuel González -su compadre- y recobrar el poder en 1876 y dejarlo hasta 1911, año en que estalló el movimiento revolucionario que fue lo único que le impidió refrendar el apodo de Don Perpetuo.

La eternidad y la muy entrecomillada paz porfiriana; su lema de poca política y mucha administración (que ocultaba el férreo control del gobierno y el impedimento de que existieran partidos políticos reales) provocó el agotamiento social y una crisis institucional.

Todo lo anterior desembocó en la Constitución de 1917; es decir, apenas duró 60 años el sistema político que se había diseñado. No obstante lo anterior, el actual, que se consolidó hasta los finales de la década de los 20, se hizo para una realidad distinta a la que ahora tenemos y en consecuencia, se requiere su adecuación.

Uno de los signos y termómetros que nos apuran a cambiar las reglas, es precisamente la descomposición de la política, actividad que debe propiciar el fortalecimiento de la democracia como forma de vida y el desarrollo del país. No existiendo ésta, el cauce se acerca a la anarquía, la violencia y termina en el autoritarismo.

Por el contrario, podremos alcanzar armonía, estabilidad, desarrollo y gobernabilidad; pero sólo si somos capaces de fortalecer el sistema presidencial, la división y equilibrio entre los poderes, ampliar los derechos ciudadanos a través de las libertades públicas, dignificar la actividad política con transparencia y rendición de cuentas y a honrar con responsabilidad el ejercicio del cargo.

Así pues, para cambiar las condiciones de nuestra realidad se necesita ponerle fin a este desacuerdo de nunca acabar.

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