Por Valentín Varillas
Si es cierta la versión de que Rodrigo Abdala ya tiene injerencia en operación de la elección interna de Morena para favorecer los intereses de Nacho Mier, vaya fiasco el que se va a llevar quien aspira a gobernar el estado.
Los grandes generales eligen a sus mejores hombres, los más aptos y capacitados para la batalla, en aras de ganar la guerra.
Con Abdala, no es el caso.
Al contrario.
La historia de su paso por el servicio público está llena de ejemplos demoledores.
De entrada, su monumental fracaso al momento de aterrizar y promover los planes y programas prioritarios del gobierno federal en Puebla.
Esa era su tarea principal como súper-delegado.
A esto, hay que sumar su incapacidad para lograr amarres políticos de primer nivel, los que eran acordes al influyente cargo que desempeñaba en el estado.
Su oficina, siempre vacía.
Su estrategia: dividir lejos de sumar en aras de beneficiarse él, únicamente él, de la privilegiada posición que le obsequió el presidente López Obrador gracias a los buenos oficios de su tío político, Manuel Bartlett.
No pudo, no supo o no quiso hacer equipo.
Y los pocos, poquísimos “incondicionales” que le quedan, se entienden en función del pedigrí que le da su relación con quien hoy dirige de forma desastrosa la Comisión Federal de Electricidad.
Nada más.
Saben de sobra que, bajo su manto protector, no les faltará trabajo por lo menos hasta que termine el actual sexenio.
Pero no hay convicción, compromiso, comunidad de objetivos y sobre todo: en el análisis real no le ven muchas posibilidades al proyecto de Mier, otro de los hijos políticos consentidos de Bartlett Díaz.
Y regreso a la figura del ex gobernador porque es evidente el peso específico real que tiene en el círculo más cercano del presidente López Obrador.
No hay duda.
Su influencia le ha permitido salir airoso de todo tipo de escándalos.
Desde sus multi-propiedaes, hasta los contratos irregulares que instancias del gobierno federal le han entregado a empresas en donde su hijo funge como socio.
Es más, Bartlett fue el bombero que apagó el fuego que estaba a punto de quemar a su tan querido sobrino.
Y es que, traicionando el catecismo de la 4T, Abdala robó, mintió y traicionó como representante del gobierno federal en Puebla.
Y no lo digo yo, faltaba más.
Abdala fue uno de los diez súper-delegados que fueron investigados por la Secretaría de la Función Pública, por presuntas irregularidades en la operación de programas sociales.
Juran los enterados que, meterse con estos “notables” que en su momento fueron designados directamente por el propio López Obrador, acabó costándole el puesto a Irma Eréndira Sandoval.
La que, en teoría y de acuerdo al propio discurso del presidente, sería la mano de hierro que cuidaría que los funcionarios públicos de la 4T, cayeran en corruptelas similares a las que se llevaron a cabo en gobiernos anteriores.
La carpeta, faltaba más, duerme hoy el sueño de los injustos.
Otro capítulo más del surrealista concepto de “honestidad” que se vive en estos tiempos de supuesto cambio político en México.
La impunidad, está garantizada.
Como en el caso de su tío, faltaba más.
Y entonces, en este largo y contradictorio contexto, la duda mata: ¿podrá más el influyentismo, el compadrazgo, un bizarro derecho de sangre, o la capacidad real de sumar votos concretos, contantes y sonantes para abonar a los intereses de un proyecto político tan ambicioso como el de Nacho Mier?
El tiempo, sólo el maldito tiempo tiene la respuesta.