Por Valentín Varillas
La política es cíclica, otra vez, como la historia.
Y en esta circularidad, también se repiten aberraciones dignas del más puro surrealismo.
Mier y Rivera Vivanco juntos, por ejemplo.
El primero, destinó millones para orquestar a través de su medio -del medio involucrado en extorsiones y operaciones millonarias de lavado de dinero- una de las campañas más salvajes y despiadadas de las que se tengan memoria en la historia reciente de Puebla en contra del gobierno municipal de su ahora aliada.
Todo se valía con tal de hacerla pedazos.
Se metieron con todo y contra todo; incluyendo por supuesto aspectos de su vida personal.
Algo casi igualito a lo que en su momento Mier ordenó que se hiciera desde Cambio en contra de Miguel Barbosa en el 2018.
Algo idéntico a lo que Eukid operó en contra del propio Barbosa desde el periódico 24 Horas en la misma coyuntura electoral.
Ambas viles, vomitivas estampas del periodismo aldeano.
A Rivera Vivanco no le fue bien como alcaldesa.
Mitofsky y Berrueto, en sus respectivas mediciones, la ubicaron invariablemente entre el lugar 101 y el 103 en términos de nivel de aceptación de los 105 alcaldes en las principales ciudades del país.
Como candidata en el 2021, le fue mucho peor.
21 puntos porcentuales y 117 mil votos, no dejan lugar a dudas.
Hoy los une, más que una estrategia inteligente de lograr sus respectivos objetivos políticos, la desesperación.
Se han quedado solos, muy solos.
Los caprichosos astros de la política, lejos de alineárseles, les han dado la espalda.
Y contra eso, hay muy poco que hacer.
Me recuerdan a Armenta y a Nancy en el 2018.
Sonrientes y confiados porque, sabedores de que iban montados en la ola, carisma y popularidad de AMLO, tenían garantizado un lugar en el servicio público, representando a la 4T.
Ellos, los mismos que poco antes, le debían todo lo que fueron al priista Enrique Peña Nieto, la supuesta antítesis de lo que representaba López Obrador.
Ninguno peleó por la candidatura al gobierno estatal.
No querían enfrentar a Moreno Valle, a su capacidad de operación financiera y electoral en un proceso que era fundamental para él.
En donde podían perder todos, menos Martha Érika.
Alejandro no cuestionó la designación de Barbosa para pelear la gubernatura.
De la Sierra, ni pío dijo de la famosa encuesta.
Muerto Rafael y su grupo político, sufrieron una extraña mutación.
De algún lugar sacaron el valor y el arrojo que no tuvieron un año antes, sintiéndose ya con los tamaños para gobernar el estado.
Y también se unieron.
Igualmente, complotearon.
Estampas penosas se hicieron parte del anecdotario político poblano.
Cómo olvidar aquella conspiración para “matar” al hoy gobernador con la famosa inyección de miel.
O los acercamientos con grupos opositores desdeñados por su partido, o que en ese momento -como consecuencia de aquel navideño “helicopterazo”- se quedaron en la más absoluta orfandad.
No supieron o no quisieron leer la señales.
Al final, no fueron.
Porque no había manera posible de que fueran.
Rivera Vivanco y Mier, tampoco están leyendo bien.
Más allá de lo bizarra de su alianza, ha habido señales muy claras, desde hace tiempo y desde muy arriba.
Ha quedado claro quién y cómo se operará la elección del 24 en el estado.
Esa que es importantísima para el presidente.
La que tiene como objetivo único la continuidad de la 4T en Palacio Nacional.
La que, para lograrlo, no se puede dar el lujo de perder Puebla.
El factor clave es la jefatura política de la aldea y AMLO lo sabe de sobra.
Misma trama, distintos actores, pero el mismo final.
Lástima por ellos.