Por Valentín Varillas
27 paisanos cuyo sueño mutó en pesadilla.
Impensable el infierno en el que se han de haber convertido sus últimas horas de vida.
El gran pecado de jugártelo todo cuando tu país no te ha dado nada.
Cuando en tu futuro y el de tu familia, se presagia una muy densa oscuridad.
Pobreza sistemática, marginación permanente, carencias ancestrales.
Un callejón sin salida.
En este contexto no queda de otra: migrar, aunque la muerte permanezca junto a ti, siempre presente, siempre posible; tu inseparable compañera en el viaje.
Dejarlo “todo” sin tener nada.
Vaya paradoja
La odisea supone un enorme sacrificio.
El tránsito hacia el sueño americano es por demás macabro.
Esta y otras historias existen de sobra para probarlo.
Abusos, maltratos, abandono, extorsión y hasta secuestro, son parte de los ingredientes de esta abominable receta.
Miles, imposible saber con exactitud cuántos, encontraron en el periplo su tumba.
Y es que, tal vez no lo tenían claro, pero en su voluntad de llegar “al otro lado” existe un gesto heroico.
Por muy individual que sea la decisión y aunque la meta sea acceder a una mejor calidad de vida para ellos y los suyos, de haber cumplido el objetivo se hubieran sumado a los millones de mexicanos que, gracias al envío de dólares a sus familias, son hoy el sostén de la economía nacional.
Ninguna actividad productiva le reditúa más ingresos al país.
Por eso deben de ser considerados y tratados como auténticos héroes.
¿Se imagina como estaríamos sin la entrada de ese dinero, producto de su esfuerzo y de sus incontables sacrificios?
Aquí, prácticamente no hay inversión productiva.
No existe rama o sector que genere siquiera una fracción de los recursos que significan las remesas.
Mucho menos ahora, en estos tiempos de cambio político, en donde no existe ni confianza ni certezas para crear empresas, generar empleos, pagar impuestos y darle forma a un círculo virtuoso de crecimiento económico sostenido.
Hoy, ellos, los migrantes, contra viento y marea, sostienen a una tierra que les falló.
Que les negó la posibilidad de crecer y desarrollarse.
Que los obligó a vivir lejos de los suyos y a jugarse la vida en el éxodo.
A enfrentarse a una cultura distinta, a un idioma diferente y a una sociedad racista que los repudia, pero que necesita urgentemente de ellos para crecer y desarrollarse.
Y hay todavía miserables que se atreven a vender en el discurso público todo esto como un logro de gobierno.
Las palabras, ante la magnitud de la tragedia, suenan huecas.
Vulgares lugares comunes que por décadas se han utilizado en tragedias como esta.
Por todos los gobiernos, de todos los partidos.
Si realmente sienten algo por ellos, ya va siendo hora de que se echen a andar proyectos y políticas públicas efectivas, que lleven bienestar y posibilidades de desarrollo a las comunidades tradicionalmente expulsoras de migrantes.
De esta manera, no se verán en la necesidad de salir del país o bien, de pasar a engrosar las filas de la delincuencia organizada.
Hoy por hoy, la única empresa realmente lucrativa en México.