Por Valentín Varillas
No, la violencia no llegó con la 4T.
Tampoco la infiltración del crimen organizado en las instituciones públicas y los cuerpos de seguridad.
Mucho menos, los asesinatos de mujeres por su condición de género.
En el 2018, cuando se dio el supuesto gran cambio político en México, el país ya estaba podrido.
Y llevaba décadas así.
Ejemplos que demuestran lo anterior, existen de sobra.
No alcanzarían cien cuartillas para detallarlos todos.
El problema es que, en los hechos, esta Cuarta Transformación nada de esto transformó.
Por lo menos no para bien.
El tejido social nacional sigue en picada, sufriendo un sistemático e imparable deterioro, porque todo lo descrito en estas líneas, sigue siendo parte de nuestra complicada realidad.
Aunque no se quiera ver.
Lo único distinto, que a la vez resulta lo más preocupante, es el hecho de que uno de los principales generadores de violencia potencial sea el propio presidente de la República.
El que, en teoría debería de gobernar teniendo como objetivo único el bienestar de todos.
Más allá de filias y fobias.
Sin que pesen las ideologías, los colores o las siglas partidistas.
Aquí existe un acoso selectivo a quienes no comparten a forma de pensar y de actuar del jefe del ejecutivo nacional.
Las mañaneras son auténticas carnicerías de quienes se atreven a disentir, independientemente de que provengan de partidos distintos, del sector empresarial, desde el ambientalismo y el feminismo o bien del periodismo o los medios de comunicación.
Se les exhibe y etiqueta como “enemigos de la patria”.
Algo natural en esta surrealista apropiación personal de conceptos como patria y pueblo que ha hecho López Obrador y que repiten obsesivamente como mantra su corte de aduladores enquistados en cargos públicos o partidistas y los millones de mexicanos que todavía apoyan su gestión.
Lo grave es que, de manera reiterada, desde el poder se hace pública su información personal, sus datos íntimos, violando el marco jurídico vigente que en teoría garantiza la protección de los mismos.
Al mismo tiempo, se invita y convoca abiertamente a un linchamiento social que pone en riesgo su integridad, la de sus familias y la de sus bienes.
Es una realidad inédita.
No existe precedente alguno de lo anterior.
Llevar a cabo esta estrategia en un contexto de creciente violencia en todo los ámbitos, más que irresponsable, me parece francamente criminal.
Hay que asomarse nada más a las auténticas historias de terror que inundan las redes y los contenidos principales de los medios tradicionales de comunicación.
Con el grado de polarización que existe actualmente en el país, seguir nutriendo el discurso oficial con peligrosas etiquetas que definen a “buenos” y “malos” resulta demencial.
Algunos extremistas ya entienden lo anterior no como opiniones personales, sino como una política del Estado, simple y sencillamente porque lo lleva a cabo el presidente.
Pero a pesar de todos los riesgos, éste es el espacio en donde mejor se mueve AMLO.
En donde más rentabilidad política y social ha encontrado.
El “divide y vencerás” llevado al extremo sin importarle sus peligrosas y potencialmente fatales consecuencias.
Es la búsqueda del poder absoluto aunque todo o demás se joda.
El uso y abuso de los distractores ante el enorme fracaso de los hechos y acciones que se han ensayado para garantizar la seguridad de los ciudadanos.
No, no va a cambiar.
Al contrario, esto tiende a ponerse peor, mucho peor.