Por Alejandro Mondragón
Uno tras otro, los golpes al corazón de la Cuarta Transformación llegan incesantes. Pareciera que no hay antídoto.
El tema de la corrupción en este sexenio de Andrés Manuel López Obrador, con el escándalo de la llamada Casa Gris, la implicación de su familia y ahora cercanos en el cobro de moches para sacar de la cárcel al abogado Juan Collado, tienen en jaque a la Presidencia de la República.
Y a todo lo que representa. Le han dado tiros de precisión que lo ponen “moralmente derrotado” ante sus adversarios.
El respaldo popular muestra un descenso palpable, incluso en el proceso de revocación de mandato las encuestas dejan que 4 de cada 10 votantes sufragaría en contra de su permanencia en el gobierno.
La amplia brecha que tenía frente a sus contrincantes se ha cerrado. El diferencial era la corrupción que decía combatir, pero en la que ahora sus más cercanos son señalados.
Nadie pareciera lo puede resolver, en medio de las crisis económica, sanitaria, política, de inseguridad y diplomática con varios países.
Se ha convertido en lo que tanto prometió combatir, gritan sus opositores, mientras López Obrador y los suyos embisten con la estructura de Estado para perseguir a los críticos mediante el SAT y todo lo que derive.
Lo peor para AMLO, es que lleva semanas sin fijar agenda en las mañaneras. Su fortaleza se convirtió en debilidad, pues hoy reacciona para defender lo que sabe no puede hacerlo.
En el imaginario colectivo, sus hijos y cercanos son responsables de la corrupción, mientras el presidente López Obrador se enoja y llora en actos que parecen desesperados.
Es la mitad de su sexenio, falta aún mucho camino por recorrer, pero lo cierto es que ya no puede presumir el halo de la pureza, en la que todos son corruptos, menos yo.
