Por Alejandro Mondragón
Lo que está en juego en el país, en una guerra sin cuartel, no es otra cosa más que la polémica reforma eléctrica.
Miles de millones de dólares y euros están en peligro. Las empresas implicadas pasaron del tradicional cabildeo político, al golpeteo a mansalva.
Y nada mejor que tirar al corazón de la Cuarta Transformación que es el presidente Andrés Manuel López Obrador, quien ha hecho del discurso de la honestidad y cero corrupción su estandarte de defensa.
“No somos iguales”, señala a la menor provocación, pero sus adversarios han expuesto que lo que representa AMLO y los suyos resultan peores.
Lo que no debe perderse de vista es que los cambios tardan de llegar a los beneficiados, pero los beneficiarios del anterior modelo lo resienten de inmediato por la pérdida de privilegios y, sobre todo, dinero.
En esta crisis de comunicación ya salieron los gobernadores, los 18, a dar la cara por su presidente.
El poblano Luis Miguel Barbosa enfatizó que se acabaron las infamias y van a responder puntualmente a esta campaña de desinformación que golpea la figura presidencial.
Mandatarios, senadores, diputados federales y locales ya cierran filas quizá no para despresurizar la crisis, sino para enfrentarla con todo.
La reforma eléctrica es el fondo. Los opositores a ellos van a seguir en la misma tónica que ha encontrado en las benditas redes sociales a su caja de resonancia.
En la calle, la realidad es otra. Hoy ocupa los problemas heredados por el Covid-19 y la pesadísima cuesta de enero que se trasladó a febrero y amaga con prevalecer el resto del año.
Sin embargo, es la lucha por el poder. Nadie cederá cuartel. Por el contrario se atizarán los enconos porque en medio se halla no sólo el modelo de país, sino el negocio que representa México.