Por Jesús Manuel Hernández
El conflicto que vive la comunidad de la Universidad de las Américas desde hace poco más de seis meses ha trascendido ya a la sociedad académica nacional. Así se vio el pasado viernes 4 de febrero cuando los estudiantes se sumaron en una marcha kilométrica para pedir al gobierno que saque las manos del problema en la institución.
Desde hace seis meses hablar de ese tema compromete en alguno de los aspectos que no siempre tiene razón de ser.
Defender a los estudiantes está muy lejos de meter la mano al fuego por la Fundación Jenkins. Criticar al gobierno en su actitud de mantener tomadas las instalaciones tampoco significa defender el comportamiento de los patronos de la Udlap, menos del retiro de fondos de la Jenkins.
El origen del problema universitario, es totalmente ajeno a la educación, está muy alejado de un asunto político o ideológico.
Buscar las raíces del problema tendría que pasar por adentrarse en los polvos de los viejos lodos de cuando William O. Jenkins se instaló en Puebla y cómo surgió su fortuna.
Explicar cómo en 1905 Jenkins tenía ahorrados 6 mil 500 dólares, o si fue cierta la versión de que su esposa heredó en ese tiempo 10 mil dólares y luego de pasar por Monterrey y Aguascalientes optó por instalarse en la capital de Puebla con un negocio de camisería rodante.
Algunos historiadores atribuyen que debido a la enfermedad de la esposa de Jenkins se buscó el clima de Puebla y sus aguas sulfurosas.
No hay información sobre cómo la fortuna de Jenkins creció rápidamente, precisamente cuando la Revolución Mexicana había afectado a tantos empresarios de la industria textil.
Nunca se ha explicado su relación con el zapatismo o su respaldo al periodismo crítico a Venustiano Carranza y su cercanía al movimiento de los generales Gildardo Magaña, Francisco Villa o el cacique de Veracruz Manuel Peláez, o su íntima relación con el patrocinio económico a la campaña a Maximino Ávila Camacho a quien algunos llamaban “el socio secreto del cónsul”.
El “secuestro” o autosecuestro, su paso por la cárcel por evadir impuestos, y un sinnúmero de etcéteras que pretendieron ser guardados en el archivo bajo la obra de la Fundación que dejó como herencia.
Para muchos gobernadores el capital de la Fundación fue apetecible, intentaron tender puentes de plata para conseguir los favores de quien poseía el poder de la firma con fondos incalculables.
Guillermo Jiménez Morales fue uno de los beneficiados en conseguir refuerzo económico de la Jenkins de la mano de Manuel Espinosa Yglesias; el último quizá haya sido Manuel Bartlett reforzado para terminar el Centro de Convenciones.
El caso es que la Udlap sufre su segundo hecho histórico de toma de instalaciones donde la academia, la comunidad estudiantil están en medio. La primera fue cuando la huelga de 1976, las razones fueron otras.
El tema de hoy es que se pusieron al descubierto las complicidades para conseguir que el dinero de la Jenkins dejara de ser usado en lo que decidió su fundador y mecenas.
Argucias legales y modificaciones a las leyes de beneficencia privada en el sexenio de Moreno Valle Rosas, han derivado en este escenario donde quizá la comunidad estudiantil esperaba una reacción diferente de parte del Gobierno de Puebla.
Pero los hechos indican lo contrario, se asoma un apetito por lo que la Udlap y la Fundación representan, un escenario complicado con proyección nacional.
Muchos de los 12 mil alumnos registrados en la universidad no son de Puebla, vienen de otros estados, incluso del extranjero donde no se sabe de la Fundación Jenkins ni de los orígenes de la riqueza y la “herencia”, sólo del prestigio de la academia, por eso vinieron a estudiar a Puebla.
La marcha del viernes no debe ser vista con el color del desprecio más bien con la visión de que la sociedad poblana está encontrando cauces para mostrar su indignación por otros hechos.
El caso es que, como en El Quijote de Cervantes, cuando el cura Pero Pérez y el barbero Nicolás apilan los libros que pudieron haber provocado la locura de Alonso Quijano, pero el cura se reserva algunos, y aparece la frase “pagan a las veces justos por pecadores”.
Nada más cercano al conflicto de la Universidad de las Américas, los estudiantes están pagando los pecados de otros.
O por lo menos, así me lo parece.