Por Valentín Varillas
Eduardo Rivera nunca transitó bien con el morenovallismo.
Rafael hizo hasta la imposible porque no llegara a ser el candidato a la alcaldía de Puebla en el 2010.
Aceptó, como parte de las negociaciones y acuerdos a los que llegó con el panismo tradicional.
Acuerdos que, sobra decirlo, Moreno Valle jamás respetó.
Es más, el ex priista les acabó quitando todo, absolutamente todo lo que por décadas habían construido al interior del blanquiazul.
La coexistencia gobernador-alcalde, sobra decirlo, fue caótica.
El entonces mandatario estatal no tuvo empacho en arremeter con todo, en contra del alcalde de la capital.
Los agravios trascendieron, prácticamente de inmediato, de lo institucional a lo personal.
Fiel a su estilo, autoritario, grosero, déspota, Moreno Valle violó alegremente los protocolos más elementales, básicos, de la cortesía política entre niveles de gobierno.
Ejemplos que demuestran lo anterior, sobran.
“Me la debe, ganó gracias a mí”- era la justificación de quien despachaba en la oficina principal de Casa Puebla.
A la par, los sicarios mediáticos del régimen, hacían lo propio.
Metiéndose sin el menor pudor hasta el círculo más sensible, íntimo, familiar de Lalo, le dieron con todo.
Jamás utilizaron algún argumento periodístico de peso.
Fieles a su patrón, recibieron la orden de sudar en sus espacios una unilateral vendetta personal.
La cereza del pastel fue el tramposo procedimiento legal que en su contra llevó a cabo el congreso del estado.
Rivera fue amenazado, exhibido, en una burda consigna operada por un poder sometido a los caprichos del ejecutivo.
Autómatas levanta-dedos, auténticas marionetas que legislaban por consigna.
Hasta el propio Diódoro Carrasco, en ese entonces Secretario de Gobernación, reconocía en corto que no existía el menor elemento de peso para que jurídicamente, el proceso en contra de Rivera Pérez tuviera sustento.
“Es una aberración, una calentura de Rafael que nos va a dejar en ridículo”- le confesaba a sus más cercanos.
Había que dejarlo fuera, a como diera lugar, de la lucha por la candidatura del PAN a la gubernatura en el 2016.
La joya de la corona en ese tiempo para Rafael.
La base de su supuesto maximato a través de la imposición de Gali.
En este contexto y bajo estas premisas, se revuelve el estómago al ver ahora a los “Frankensteins” del morenovallismo montados en la victoria de Lalo.
Tomándose fotos con él y alabándolo.
Son los que, en su momento, festinaron y se montaron alegres a la consigna en su contra.
¿Quién en su momento salió en su defensa?
¿Cuántos de los huérfanos de Rafael, “ganadores” en la capital, criticaron o señalaron los abusos y excesos en contra de quien será el próximo alcalde de la capital?
Guardaron un cobarde y cómplice silencio.
Ahora, paradojas de la vida, se la deben a él.
A su fenómeno de arrastre.
Tantita dignidad, un poco de memoria, una pizca de madre.
¿O serán tan cínicos que pensarán de verdad que su “triunfo” en las urnas es por méritos propios?
¿Qué han hecho o cuánto valen realmente, políticamente hablando?
Porque Rivera no ganó gracias a ellos, lo hizo a pesar de ellos y de una dirigencia estatal que hizo todo lo posible por jugarle las contras.
No les salió.
Pero hoy, ya nadie se quiere acordar de esto.
El festejo nubla la memoria y le apuesta a la amnesia cortoplacista.
Es la política real y su auténtico nivel.
Ese en donde la derrota es huérfana y en donde la victoria, faltaba más, goza de los beneficios de la paternidad múltiple.