Por Valentín Varillas
Algunos pensarán que se trata de un burdo show.
El perfecto martirologio que impulsaría su imagen como auténtico trampolín, en medio de la coyuntura electoral más importante de su mandato.
Un escenario idóneo para convertir su imagen en una presencia constante en el desarrollo del proceso, que impulse, como lo hizo en el 2018, a los candidatos emanados de su partido.
Una invaluable materia prima para la victimización, una estrategia que el actual régimen ha explotado hasta la saciedad en lo político.
Ríos de tinta, miles de cuartillas –en papel y virtuales- cientos de columnas, decenas de mañaneras, incontables ocho columnas y los principales espacios de los más importantes medios del país y del extranjero, dedicados a hablar de la salud del presidente más popular, legítimo y controversial de la historia moderna del país.
Podrían concluir que, además, el haberse contagiado con el virus, le permitirá por fin, generar condiciones de empatía con quienes viven una realidad similar, algo que ha estado prácticamente ausente en el discurso público, cuando el propio jefe del ejecutivo se ha referido a la pandemia.
La frialdad y la crudeza de los números y los indicadores, hasta ahora le han ganado por mucho a la calidez y la sensibilidad que se espera del líder de una nación en momentos críticos.
Esto podría cambiar de manera radical y habría que celebrarlo.
No faltarán los mezquinos.
Los que abiertamente se alegren de la enfermedad del presidente y le deseen lo peor de lo peor.
Ya se han dejado sentir sus venenosos dardos en las redes sociales.
Sus repugnantes líneas contrastan con su demanda de un debate nacional de altura.
Con su petición de que el jefe del ejecutivo federal se comporte como un real estadista.
Pierden de vista que su forma de actuar representa una falta de respeto a los muertos de la pandemia, a sus familiares, a los enfermos que están haciendo lo posible por curarse y a los profesionales de la salud que se juegan diariamente la vida para salvar la de los demás.
Tartufos.
Son reales, existen y son el patético producto de la estéril pero enorme polarización que vive este país.
Habremos, sin embargo, quienes pensemos que el contagio del presidente es, simplemente, producto de la negligencia.
Como han sido la mayoría, en México y en el mundo.
Que AMLO se negó desde el principio a convertirse en la imagen de la prudencia y la prevención.
Ahí están como terrible ejemplo, las incontables declaraciones minimizando la realidad nacional.
Su criminal rechazo al uso del cubrebocas y su obsesión por realizar giras masivas y actos públicos, mientras el discurso de su propio gobierno invitaba al confinamiento.
Ni hablar, le tocó vivir en carne propia las consecuencias de su irresponsabilidad.
Ahora, hay que hacer votos por su pronta recuperación.
Nada peor para el país el que se diera otro escenario.
López Obrador llegó con más de treinta millones de votos a un mandato de seis años.
Y debe terminarlo.
Cualquier otra cosa, tiene que ser producto de la voluntad popular, en los tiempos, formas y coyunturas electorales que la ley vigente tienen estipulados.
Nada más.